Niños.

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Tenías una reunión con tus amigas de la secundaria, después de años se habían puesto de acuerdo para juntarse y hablar de sus vidas. Al principio no te encontrabas convencida, pero después de que tu esposo te aseguró que se haría cargo de sus hijos y que no tenías porque preocuparte, decidiste creerle y aceptaste ir a final de cuentas.

—¡Amor, niños! Ya debo de irme, cualquier cosa que necesiten o pase me llaman, traeré mi celular en la mano en todo momento, ¿Bien?—Bajaste a la primera planta mientras terminabas de poner el pendiente en tu oreja y buscabas tu abrigo en la sala.

—Tranquila, cariño. Los niños y yo estaremos bien, no tienes de que preocuparte.—Tu esposo se dirigió a ti con tu abrigo y depositó un pequeño pico sobre tus labios.—Que te diviertas y le mandas saludos de mi parte, espero poder reunirnos en la próxima ocasión todos juntos.

Sonreíste agradecida de que verlo con tu abrigo y te ayudó a ponerlo, cuando agarraste tu bolso depositaste un beso en la frente de tus hijos que se encontraban en la cocina comiendo alguna de las galletas que hornearon en la mañana. Te despediste con una última mirada y saliste de casa hasta tu auto para dirigirte al restaurante donde se llevaría a cabo la reunión.

Y mientras tu ibas al encuentro, en casa sucedían un par de tragedias.

—Y bien, niños, ¿Qué quieren hacer?—Cuestionó al llegar a la cocina y ver a sus hijos seguir comiendo de las galletas.

—¡Jugar!—Gritaron al unísono mientras revoloteaban sus manos y piernas con emoción.

—Está bien, ¿Qué quieren jugar? ¿Escondidas, atrapadas, con sus muñecos...?—No pudo terminar de decir sus opciones de juego cuando los niños salieron corriendo escaleras arriba.—¿A dónde van?

Y cuando escuchó los chillidos de sus pequeños desde la planta de arriba y como volvían corriendo con sus bolsas llenos de juguetes, entendió que le esperaba una larga noche en compañía de juguetes, desgracias y desorden.

(...)

—Deberíamos de juntarnos más seguido, extrañaba poder verlas y distraerme un rato de los problemas en casa.—Habló una de tus conocidas mientras terminaban de guardar sus cosas y salían del restaurante.

—Sí, la verdad entre mis tres hijos y mi paranoico esposo me traen hecha un lío pero no me quejo, igual me hacía falta salir y disfrutar de una velada.

Asentiste ante sus comentarios y desbloqueaste tu celular para observar que eran pasada de las diez de la noche y ningún mensaje había entrado durante tu estadía fuera de casa. Te pareció raro pero pensaste en las palabras de tu esposo y probablemente estarían ya dormidos después de una movida noche, conocías a tus pequeños y eran un tanto quisquillosos e imperativos si no te encontrabas pero confiabas que lo había mantenido bajo calma. 

—Podríamos hacer otra reunión, pero ahora con nuestras parejas, estaría bien vernos todos después de un largo tiempo.—Mencionaste y todos murmuraron en afirmación.—Entonces, tengo que irme pero me gustó verlas, ¡Bonita noche!

Cuando te despediste de todos, subiste a tu auto y saliste del estacionamiento del restaurante para dirigirte a casa y solo podías ansiar abrazar a tu familia y poder descansar después de una movida noche.

Bastaron un par de minutos para que llegaras y estacionaras en la entrada de la casa; Colocaste la alarma y sacaste tus llaves para abrir la puerta principal y entrar y dejar tus cosas sobre la mesa del recibidor que tenían. 

—¡Ya llegué!—Anunciaste en espera de ver a tu esposo, pero unos leves ronquidos se escucharon en la sala.

Cuando viste un reguero por el pasillo sabías que nada había sido calmado. Caminaste hasta la cocina y viste como la isla y la estufa estaba embarrado de masa viscosa y en el lavabo había un sinfín de cazuelas y cucharas. Mantuviste la calma al ver el desastre y decidiste encaminarte hasta la sala, donde viste a tus dos bebés dormidos a un costado de su papá, el cual también estaba dormido con su cabeza echada hacia atrás y con los labios entreabiertos mientras daba leves ronquidos.

—Amor, ya llegué.—Moviste su hombro con cuidado y lograste despertarlo, haciendo que saltara sobre su lugar.

—Oh, hola, ¿Qué tal te fue?—Sonrió al verte y acariciaste su mejilla.

—Bien, me divertí. ¿Y a ti qué tal te fue?

Con una expresión divertida asintió y pudiste ver como su mirada recorría la sala, viendo los juguetes regados por todo el lugar. Algunos muñecos estaban sobre la mesa, legos y figuras en miniatura estaban por todo el piso y un plato con galletas a medio comer. 

—Vamos a dejar a los niños a la cama y luego vamos a dormir nosotros, ¿De acuerdo?—Cuando asintió, cada uno levantó a uno de sus pequeños y fueron a sus habitaciones. 

Fue cuestión de un rápido baño para cambiarse y luego dirigirse a la cama para por fin descansar. Cuando estuvieron ya acostados y con tu rostro sobre su pecho, decidiste no terminar tu día de tortura.

—Amor.—Le llamaste con una sonrisa en tu rostro. 

—¿Sí? 

—Solo para avisarte que tú recogerás todo, no pienses que te ayudaré con ello.

Gruñó en respuesta y reíste, te negabas a poner un dedo en aquellas masas de dudosa procedencia y rejuntar todos los juguetes en la planta baja. 

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Jo jo jo, ¡Feliz Navidad!

✎ Imaginas (II) ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora