Capítulo 10:
-Te amo, no se que tienes que me vuelve loco, te amo. –Dijo para cambiar de tema. Nos acostamos para dormir. Él me sacó la remera y besó mi vientre. –Aquí pasará algo. –Dijo y se durmió encima de mí, como un niño.
No logré dormir nada en toda la noche, acariciaba su cabeza mientras pensaba. Pensaba cómo le diría a Matías que no me casaría con él. Pensaba en cómo me humillaría la famosa familia de Matías, decenas de médicos exitosos. Pensaba en vivir oculta junto a Abel. Yo no quería vivir escondida, no quería ser Natasha, pero tampoco quería vivir lejos de él.
A las siete de la mañana, el sol comenzó a iluminar la habitación. Bajé al comedor, donde se encontraban los dueños. Me miraron extrañados, sabían que yo venía con el señor Pintos, como ellos le decían, pero no dijeron nada. Coloqué nuestros desayunos en una bandeja y lo llevé a la habitación.
-Mi alma, despierta, te traje el desayuno. –Besé la frente de Abel. -¡Qué hermoso es despertarse así! ¡Gracias princesa! –Me llevó hacia él y me sumergió en un cálido y dulce abrazo. Desayunamos, nos duchamos y luego continuamos viajando.
Durante el almuerzo, hizo una pregunta como si hubiese escuchado mis pensamientos durante la noche.
-¿Qué piensas hacer? -¿Con qué? –Pregunté -Con lo que dijiste anoche… -Ah, eso… escucha… estos momentos que hemos vivido juntos, esta travesía, me hizo dar cuenta que no amo a mi novio tanto como pensaba… -Sigue. –Dijo atento -Su familia es muy cruel, ¿sabes? Son todos grandes médicos, incluso él lo será. Si yo lo dejo, su familia me humillará, repercutirá en mi trabajo. Yo podría soportarlo todo estando a tu lado, pero no quiero estar escondida. Y tú guardas muy bien tu privacidad… -Aún me faltaba algo que decirle del por qué iba a casarme con Matías, pero era algo muy complicado, necesitaba tener el momento indicado para contárselo. -Entonces, sólo te queda una opción… -Dijo serio. -¿Cuál? -Vivir obligadamente oculta en mi vida, para que tu futuro esposo no se entere. Porque yo no pienso alejarme de ti, espero que te quede claro. –Sonrió. Amaba su forma de aceptar las cosas, pero de esto nadie saldría ileso.
Por la tarde, mientras él conducía, yo comencé a escribir en un papel cómo me gustaría que fuese el recital de mañana. Pero cuando lo leyó, enfureció.
-¿Cómo te atreves a pensar que contaré todo lo ocurrido este fin de semana? -No es todo, a mi no me mencionas, es en conmemoración a Natasha. Ella debe salir a la luz.
Pasó el resto del día sin hablarme. Colocó los auriculares en su teléfono y comenzó a escuchar música. Era obvio que no quería ni escucharme respirar. Me sentía mal, por Natasha.
Al anochecer paramos en una cabaña, a 300 kilómetros de casa. Él estaba muy cansado para continuar conduciendo, por lo que decidió que pasaríamos allí la noche. Entró a la cabaña sin decir una palabra. Pasó directo al baño, para ducharse y dormir mejor. Mientras, yo preparé la cena.
Al salir del baño, se sentó a la mesa, y yo serví la comida. Me senté en sus piernas y tomé su rostro con mis manos.
-Amor, perdóname, ¿sí? Era sólo una idea, nada más. ¡Perdóname! –Dije mirándolo a los ojos. -No quise reaccionar de esa forma, lo siento princesa.
Al terminar de cenar, levantó los platos pero yo se los quité para lavarlos. Él los secó y los guardó.
-¿Puedo robarte un beso? –Preguntó con aquella cara traviesa. -¡Qué mal ladrón eres! –Solté una carcajada. -Lo sé. -Rió y me tomó por la cintura. Me colocó sobre la mesada y nos unimos en un intenso beso. Me quitó los pantalones y acarició mis piernas. Mi respiración se entrecortaba, quité su camisa y comencé a besar su cuerpo. Rápidamente me levantó y me llevó hasta la cama. Ahí estábamos los dos, apasionados, amándonos. Me hacía sentir especial, me llevaba a las nubes para nunca volver. Abel era mi hombre, sí.
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