Capítulo 23:
Al llegar al aeropuerto, esperamos una hora para nuestro vuelo. Eran las 9 y media de la mañana, estábamos haciendo la fila para subir al avión, me encontraba sumergida en el abrazo de mi flaco cuando él se puso nervioso, su privacidad estaba siendo invadida sin siquiera pedir permiso y eso lo incomodaba.
-¿Ves a aquel hombre vestido de negro y con una cámara fotográfica? –Dijo disimuladamente sin señalar. -Sí, lo veo. Te está tomando fotos, amor, y tú estás tan libre, sin tus anteojos, sin tu gorra, y conmigo. –Traté de ocultar mi rostro para que el fotógrafo no me viese. -Es inútil, nos está viendo desde hace rato. Debe tener unas 20 fotos de nuestro abrazo. Vas a ser famosa por esta foto… ¡Bienvenida a mi mundo, futura señora de Pintos! –Cómo me encantó oír aquella frase. Abel me besó, se quedó varios segundos pegado a mis labios, no entendía cómo se animaba a hacerlo frente al chico con la cámara de fotos.
Al subir al avión, se puso sus anteojos oscuros y una gorra, me dio también un par de anteojos para ser un poco más invisible.
-Con que, futura señora de Pintos, ¿eh? –Dije con voz pícara. -Claro, ahora que has decidido separarte de Matías, no pienso perder un segundo más. Obvio, es muy pronto, pero en algún momento te casarás conmigo. –Respondió con voz baja en mi oído, casi como un susurro, para que nadie escuchase. -¿Alguna vez vas a contarme qué tan loca estabas para aceptar casamiento con él? -No no, la loca no era yo, era él. Una vez lo encontré engañándome y lo eché de mi casa. Una noche, cuando regresé a casa, estaba todo a oscuras, pensé que se había ido, entré a mi habitación y estaba él con un arma en la mano. Me amenazó con suicidarse si no lo aceptaba de nuevo, como no le resultó, amenazó con matarme a mí y matarse él si yo no accedía, me vi obligada a decirle que sí volvería con él, para luego pedirme matrimonio mientras me apuntaba en la cabeza… Lo demás lo puedes deducir tú solo. -Entiendo… ¡Es un trastornado! –Dijo muy serio. –Pero ahora pasaremos mucho tiempo juntos y te haré sentir lo que yo siento cuando estás conmigo. -¿Sí? –Dije alegre. -¿Y qué sientes cuando estoy contigo? -Felicidad, preciosa. –Él era el tipo de hombre que todas las mujeres merecían, atento, romántico, un hombre con todas las letras.
Al llegar al aeropuerto de Buenos Aires. Abel recibió un mensaje de texto de Ariel: “¿y esto, bro?” decía el texto, y había enviado una imagen adjunta. Éramos Abel y yo, besándonos, antes de subir al avión.
-¿Tu familia sabe lo nuestro? –Pregunté avergonzada de que hubiese una foto nuestra en Internet. -No, no les he dicho que somos algo, ni siquiera nosotros dos sabemos qué somos… Mi familia sólo sabe que me vuelves loco, hace unas semanas lo conté. –Nos dirigimos hacia el estacionamiento, donde él había dejado su auto antes de viajar a buscarme. El teléfono de Abel comenzó a sonar, atendió, se escuchaba tan fuerte aunque no lo había puesto en altavoz, pude oír todo.
-Hermano, ¿dónde estás? ¿Cómo es eso de que has viajado a Mendoza sin avisar? –Decía Ariel, preocupado. -Surgió un problema con Samantha, pero ya lo solucionamos. –Abel se reía. -Sí, nos dimos cuenta de que estabas con ella. La foto fue publicada en un diario online de allá, y ahora está en distintas páginas de Internet del país. Los tendrás a todos detrás de ti ahora, cuídense. –Reía Ariel. -De acuerdo, nos vemos en la noche. Gracias por el aviso.
Ahora todos iban a estar pendientes de lo que hiciera o no hiciera Abel.
-Lo hiciste apropósito. –Dije enfadada. -A decir verdad, sí. La oportunidad estaba al alcance de mis manos y la aproveché. Ahora todos sabrán que encontré a la mujer que me quita el sueño. –Su tono de voz era travieso. -Ah, sí, te quité el sueño con la llamada de anoche, lo siento. –Me burlé y él comenzó a reír.
Nos dirigimos hacia su departamento, estaba solitario, muy limpio y muy bien decorado, era hermoso. Tenía un balcón grande, como una terraza, con una hermosa vista a la ciudad.
-Ven, vamos a guardar tus cosas.
Me llevó a su habitación, era enorme. Había una gran cama, muy linda, un televisor, una computadora, varias bibliotecas llenas de libros, un estante con una radio y muchos discos, una puerta de vidrio que daba paso a un pequeño pero hermoso balcón. Él dejó las maletas en el suelo y se recostó en la cama. Me senté a su lado y vi sobre la mesita de luz, un cuadro con una foto nuestra, besándonos.
-¿La recuerdas? –Dijo sonriendo. -Claro, es de aquella vez, cuando tomamos mates a orilla del río. ¡Me encanta que hayas elegido esta foto! –Me tiré encima de él y nos sumergimos en un apasionado beso, hacía tanto que no nos besábamos de aquella forma, pero nos apartamos cuidadosamente para quedarnos dormidos abrazados. La noche no había sido buena y estábamos muy cansados.