Capítulo 4:
-¡¡¡Abel!!! –Gritaron las tres. Y corrieron a buscar sus cámaras. Tomamos mates con las chicas mientras yo guardaba mis cosas. Abel les dijo que sus padres me habían invitado a quedarme en la casa de una familia amiga de ellos, les contó cómo fui a parar allá yo, y su gran acto heroico, a lo que las tres se quedaron enamoradísimas, pero en ningún momento mencionó a Natasha. Al salir del hotel, le pedí a Abel que me llevara a alguna casa de ropa para comprar un vestido para usar en la noche.
-¿Podré ayudarte a escogerlo? –Preguntó con ojos de niño. -Claro
Me probé como 25 vestidos, siempre desfilando para él. Esperando su aprobación. Él se divertía tanto, aplaudía, me hacía burla. Nunca lo había pasado tan lindo como hoy. Al encontrar el indicado, nos dirigimos a la caja. Busqué el dinero en mi cartera, pero cuando lo fui a entregar, el cajero ya estaba ingresando el documento de Abel en la máquina, Abel me había ganado con su tarjeta. -Abel, no tenías por qué hacerlo, no me gusta que paguen por mí. –Le dije al subir al auto. -De acuerdo, en un rato iremos a almorzar nosotros dos a un lugar muy especial y, adivina qué, volveré a pagar yo. –Dijo Abel, como un nene travieso. -Un momento –dije confundida, una vez más -¿y Natasha? -No la veré hasta la noche, tiene que ir al spa, al salón de belleza y a su estilista para el peinado. Yo soy hombre, me baño, me cambio, y ya estoy listo. –Reí y me sonrojé nuevamente, su imagen en boxer seguía dando vueltas en mi mente.
Me llevó de picnic a orillas de un lago entre las montañas, allí pasamos todo el día. Era un gran hombre, me hacía olvidar de todo. Estábamos muy relajados, mirando el reflejo en el agua, sentados en el césped. Cuando, de pronto, comenzó a mirarme con ojos traviesos.
-¿Qué tienes? –Pregunté intrigada. -Se me vino una imagen a la cabeza y quería preguntarte algo… -Dijo con aquella misma cara. -Sí, dime. -Noté tu cara enrojecida cuando entré en la habitación de tus amigas. ¿Vas a contarme por qué te pusiste así? –Él sabía cómo hacer que mi cuerpo temblara de nervios. -Oh, no fue nada, algo que recordé en el momento… -Dije rápidamente para evitar el tema. -Dime, por favor, quiero saber. –Dijo insistentemente y se acercó más hacia mí. -Fue algo que vi. Pero no voy a decírtelo, con mis amigas puedo derrapar, porque lo hacemos todo el tiempo sobre ti, pero contigo, soy una princesa, bien educada. –Reí muy nerviosa pero traté de ocultarlo, él se dio cuenta de lo que estaba hablando, su rostro pícaro lo dijo todo. -Ah, ya entiendo, es por mi. -Sí, la vista que tuve de ti esta mañana fue realmente… hermosa. –Dije y comencé a mirar hacia otro lado para no chocar con su mirada que se encontraba fija en mí. -Para serte sincero, lo poco que vi de ti me maravilló. –Dijo mientras pasaba su brazo por detrás de mí y me tomaba de la cintura. –Digo, porque corriste al baño desesperadamente. -Lo sé, sólo a ti se te ocurre levantarte en bóxers y decirme ¡qué hermosa vista! –Me burlé. -Escucha, hay algo en ti que me provoca hacer una cosa. –Yo miraba hacia el lago, iba a enrojecer por demás si lo miraba –Llegaste a mi vida de una forma tan precipitada, y desde que estás aquí, puede sonar loco pero, siento algo por ti… -Dijo tan serio y dulce a la vez, me provocó mirarlo a los ojos, él colocó su mano en mi mejilla. Que sensación más hermosa era tenerlo así. Se acercó tanto a mí que me dejé llevar, aquel beso no me lo iba a olvidar jamás. Me empujó suavemente hasta quedar acostada en el suelo y él encima de mí. No podía evitar dejarme llevar hasta que me acordé de Matías. Aparté cuidadosamente sus labios de los míos. -No puedo Abel, Matías… -Dije pero él me calló en el momento. -Matías no se ha acordado de ti en todo el día! –Dijo y me siguió besando. Era el sueño de toda abelera, pero aún sentía culpa. -Espera, espera… Vas a casarte con Natasha, no se supone que tendrías que estar haciendo esto. No puedo Abel, lo siento. –Dije y me senté nuevamente. -Natasha… -Dijo y también se sentó.