Capítulo 29:
Matías había desaparecido de mi casa, pero sus cosas aún seguían ahí, sólo se fue, sin yo darme cuenta del momento. Ya era 3 de junio y faltaba un día para que Abel tuviese que regresar a Buenos Aires para arreglar el tema de su gran viaje. Me desperté a las 9 de la mañana y noté que él no estaba a mi lado, pero sentía ruidos en la cocina en el piso de abajo, por lo que supuse que él estaba preparando el desayuno. Me senté en la cama y el aroma a café que expulsaba la cafetera hizo que se me revolviera el estómago, sentía náuseas y corrí hacia el baño. Sentía tanto asco, al cabo de un rato de estar tirada al lado del inodoro, me levanté y me lavé los dientes y la cara. Me miré en el espejo, la palidez en mi rostro me sorprendió, no había comido nada que me hubiese caído mal, pero luego recordé la noche de ayer, habíamos ido a cenar, quizás me había dado un poco de frío y eso habría hecho que se me cortase la digestión. Salí del baño y Abel estaba sentado en la cama, esperándome para desayunar.
-¿Qué sucedió, preciosa? Tus mejillas no tienen color. -Me siento mal, me duele el estómago, se me debe haber cortado la digestión, es todo. -Oh, de acuerdo, voy a dejar el desayuno y vamos a dormir un rato más. –Dijo Abel mientras llevaba la bandeja a la cocina, al regresar se recostó a mi lado y dormimos hasta las 11 de la mañana.
Me levanté para hacerle el almuerzo, yo aún me sentía mal, y todo me daba náuseas, quizás la comida del restaurante estaba en mal estado y me hizo mal… no, no podía ser, Abel también estaría así. Comencé a cocinar, piqué unas verduras y, sin darme cuenta, me hice un pequeño corte en un dedo, la herida no era muy grande pero lo suficiente para hacerme descomponer otra vez al ver la sangre. Corrí hacia el baño por las náuseas nuevamente y luego limpié la herida para cortar la sangre.
Comencé a pensar en las náuseas y el sangrado de la herida… Había estado tan distraída todo el tiempo que estuve en Buenos Aires que no me acordé de mi período, y como nunca me acordé, nunca me di cuenta de que no me había venido. Algo pasaba dentro de mí, quizás estaba embarazada, corrí a buscar el almanaque en la heladera. Mi período era de 27 días, saqué las cuentas, ovulé el día 9 de mayo.
-¡No! –Comencé a ponerme nerviosa, tiré el calendario con tanta impotencia. No podía ser posible, esto no podía estarme sucediendo. En ningún momento nos cuidamos con Abel cuando lo hicimos, ese no era el problema, también recordé lo que me hizo Matías, y tampoco se cuidó. No podía estar embarazada, porque podría ser de cualquiera de los dos, Abel o Matías, justo ahora, en el momento más feliz de mi vida, cuando voy a casarme con el flaco, no podía estar pasándome esto a mí, no estaba embarazada, no tenía que estar embarazada.
Pasé el resto del día muy nerviosa, y despistada, no podía dejar de pensar en el tema. Quizás eran sólo cosas de mi cabeza, y mi problema era otro. Por suerte Abel no notó mi distracción, ya que lo tenían loco con llamados para arreglar muchos temas del viaje.
Al otro día fuimos a almorzar a casa de mi madre, para que Abel y ella se despidieran, ya que él se iría de Mendoza por la tarde. No pude tocar bocado de la comida, era tan grande el asco que me provocaba hasta el agua.
-¿Qué sucede, hija? ¿Te sientes bien? Te noto muy pálida. -No, me duele el estómago, no se por qué. -Tendrías que ir a un médico, mi amor. Ayer no comiste nada, y hoy sigues igual, o peor diría yo. –Dijo Abel. -Sí, iré al médico, amor, no te preocupes.
No quería separarme de él ahora, ahora que estaba pasando por esta situación tan incómoda de pensar en afrontar un embarazo dudoso, sin siquiera saber de quien es. Pero no iba a decirle nada aún, hasta estar más segura, él estaba planeando un viaje exitoso y yo no podía cambiar su rumbo a esta altura del mes.
Fuimos al aeropuerto a las cuatro de la tarde, su avión salía a las seis. Era la primera vez que nos mostrábamos juntos sin ocultarnos desde que nos sacaron aquella foto en este mismo lugar a principios del mes pasado. Y, aunque nadie sabía que él había viajado para quedarse unos días en Mendoza, siempre había un fotógrafo presente y aprovechó a sacarnos una foto. Estábamos abrazados muy fuerte, sentados esperando a que llamaran a los pasajeros del vuelo a Buenos Aires.
No nos preocupó en absoluto que nos fotografiasen nuevamente. Por primera vez me di cuenta de que estaba viviendo una relación a distancia con Abel, nunca lo había visto así, pero comencé a pensar en su viaje, en todo el tiempo que estaríamos lejos, y noté que nosotros ya vivíamos así, que nuestro amor era a distancia, saber que él no estaría en Argentina me ponía un poco nostálgica, pero todo en mí quería que a él le fuese maravillosamente bien, sólo era que la distancia y los kilómetros aumentaban.
No pude evitar soltar una lágrima al darnos un beso antes de que él se fuera, pero luego vi sus ojos brillosos, nos dolía a los dos el hecho de volver a separarnos, y esta vez era más fuerte, porque habíamos estado prácticamente un mes juntos.
-Sabes que no estamos juntos físicamente, pero que yo siempre voy a estar, son sólo dos meses, princesa. –Dijo mientras secaba mis lágrimas con sus manos. -Lo sé, mi amor. Pero eso no quita que te extrañe. -Cuando regrese, voy a venir a buscarte y nunca jamás voy a separarme de ti. ¿Me esperas? -Claro que voy a esperarte, mi futuro esposo. ¡Te amo! -Yo también te amo, hermosa. –Me sumergió en un intenso y apasionado beso. Una parte de mí se sentía tan triste, como si fuese realmente un último beso, tenía tantas ganas de tirarme en mi cama a llorar y no levantarme hasta el año próximo. ¿Por qué pensaba esas tonterías? Eran sólo dos meses, quizás las hormonas del supuesto embarazo me hacía poner así de sentimental.