Capítulo 56:
Llegamos al hotel en el que se estaban hospedando y entré casi a escondidas por si llegaba a estar Abel en la recepción. Reservé una habitación para mamá y para mí junto a las habitaciones de todos los demás. Dejamos nuestras cosas en la habitación mientras Susi nos acompañaba.
-¡Qué alegría tan grande tenerte de nuevo con nosotros, mi niña! –Dijo Susi mientras me abrazaba. -¡Qué felicidad tendrá mi flaquito cuando te vea! -De eso quería hablarle, Susi. ¿Cómo puedo hacer para conocer a los mellis sin que Abel se entere aún de mi presencia aquí? Es que estuve pensando en cómo darle la noticia, y quiero sorprenderlo esta noche, para el recital… -¿Quieres verlos ahora? –Dijo sonriendo. -Oh, sí, por favor. -Voy a ir a ver si ya han despertado… -Salió de la habitación.
Estaba tan ansiosa por verlos y tenerlos en mis brazos, lo había anhelado tanto durante todo este tiempo. Ya no perdería un segundo más, jamás volvería a alejarme de ellos. En un santiamén, Susi regresó a nuestra habitación.
-Tienes 20 minutos, Abel se está por entrar a bañar y me pidió que los cuide mientras él se asea. ¡Vamos, corre! –Dijo Susi desde la puerta, la seguí hacia la habitación de Abel y vi dos hermosos bebés sobre la cama.
Las lágrimas de felicidad brotaron de mis ojos e inundaron mis mejillas. Mis manos temblaban de la emoción. Eran tan chiquitos, se veían tan tiernos recién despiertos.
-¡Hola, Almita! Soy mamá, mi vida, eres tan linda. –La alcé cuidadosamente y la acomodé en mis brazos. Era una imagen tan emotiva, al fin ya en mis brazos. Me miró a los ojos y sonrió cuando escuchó mi voz. Besé su cabecita y se la entregué a Susi para poder alzar a Federico. – ¡Hola mi príncipe! ¡Cuánto esperé este momento, mi cielo! –Miré detalladamente su carita. Era tan parecido a Abel, con sus diminutos rulitos y la sonrisa que no se le despegaba del rostro. -¡Es muy parecido al flaco! –Le dije a Susi. -¿Has visto? –Dijo con una dulce sonrisa. –Cuando crezca va a ser igual que el padre. ¿Has notado lo felices que están, Sammy? –Dijo mientras recostaba a Alma en el cochecito. -Sí, veo sus hermosas sonrisas. ¡Son tan preciosos! -Es porque entienden que tú eres su madre y que ya estás bien, aquí, con ellos. –Nos encontrábamos llorando de felicidad las dos. Era indescriptible la paz y el amor que me transmitían mis dos gorditos. Recosté a Fede en el cochecito, junto a Alma y me senté en la cama, frente a ellos, para seguir babeándome y mimándolos.
Sentimos ruido en el baño y me asusté. Abel estaba ya por salir y la puerta de la habitación estaba cerrada, habíamos cerrado con llave y no me daba tiempo para salir corriendo. Vi un gran armario incrustado en la pared, corrí y me escondí en él. A los pocos segundos, Abel salió.
-Gracias por cuidarlos, má. –Escuchaba que él caminaba. -¡Mira esas sonrisas! ¡Qué felices que están! ¿Cuál es el motivo? ¿Me dicen, pequeños? –Yo moría de ternura dentro del armario al escuchar tanto amor en su voz hacia los mellis. -¡Están felices por la presencia de la mujer que los cuidó siempre! –Me olió a indirecta lo que dijo Susi, quería reírme pero no quería hacer ruido ni que Abel me descubriera. -¿Y la modestia, mamá? –Abel rió. Seguía escuchando sus pasos. En un momento, se abrió una de las puertas del gran armario y Susi corrió hacia él para evitar que me viese. -Toma, hoy es un bello día, este color te quedará genial. –Dijo mientras agarraba cualquier camisa y se la entregaba. -No, mamá, esa es pegada al cuerpo, quiero algo suelto. Esas camisas son como las que uso en los recitales, no son como para andar en casa. –Metió la mano en el armario sin mirar y sacó una musculosa que le quedaba muy suelta, cerró el armario y se cambió la remera. –Mamá, ¿puedes cuidarlos por un momento? Debo conversar un asunto con Ariel… -Seguro, hijo. Ve tranquilo, yo los llevaré a mi habitación y les daré la mamadera. –Sentí el ruido de la puerta al cerrarse cuando salió pero, de todas formas, no me atreví a abandonar mi escondite. –Samantha, sal rápido, vamos a mi habitación así los alimentas.
Tomé una gorra y unos anteojos de sol de su armario, recogí mi cabello y lo oculté debajo de la gorra. Corrimos hacia su habitación, Raúl estaba leyendo el diario y Susana lo mandó a leerlo a la sala de lectura para darme un momento íntimo entre madre e hijos. Los amamanté por primera vez, Susi dijo que en el hospital todos los días extraían leche de mis senos para alimentar a mis hijos pero, la verdad era que mis senos me dolían como si mis hijos hubiesen nacido hacía un momento y esta fuese la primera vez que se alimentaban de mí.
Más allá del dolor, realmente era algo muy íntimo y verlos tan tranquilos me transmitía tanta paz, tanta calma. Al cabo de una hora mis pequeños ya estaban durmiendo nuevamente. Susi recibió un mensaje de Abel, él decía que estaba yendo a buscar a los bebés. Volví a ponerme mi “disfraz”, me despedí de mis hijos y salí rápidamente. Mi habitación estaba muy cerca del ascensor, comencé a correr pero el tiempo no me fue de gran ayuda y el ascensor se abrió. ¡Era él! Después de tanto tiempo, de haberlo escuchado tantas veces cuando se quedaba a cuidarme por las noches, tenía ganas de correr hacia él y abrazarlo con todas mis fuerzas, pero mi plan no era ese. Dejaría que pasara el día ensayando para el festival y nos veríamos por la noche.
Tenía mi llamativo cabello rojizo oculto debajo de la gorra y mis ojos escondidos detrás de los enormes lentes de sol que saqué de su armario. Tapé mis labios con mi mano y, dejando a la vista sólo mi nariz, caminé “tranquilamente” por el pasillo. Él venía mirándome desde que bajó del ascensor. Me miraba como aquella primera vez, cuando éramos dos desconocidos y me invitó a buscarlo luego del festival en Neuquén para comenzar lo que hoy vivíamos.
-¡Hola! –Dijo cuando pasaba a mi lado. -Hello! –Dije, lo primero que me salió fue hacerme la inglesa para no mantener ninguna conversación y correr a mi escondite. Seguí caminando como si nada, él se quedó parado en medio del pasillo, observándome. Me detuve frente a la puerta de mi habitación, mientras introducía la llave, volteé a mirarlo, sus ojos estaban fijos en mí pero al instante dio media vuelta e ingresó a la habitación de Susi. Entré rápidamente a la mía y cerré la puerta para luego caer al suelo apoyándome en ella. El corazón me latía a mil por hora, tenía tantas ganas de decirle “aquí estoy, mi amor, desperté y vine a quedarme a tu lado”…