Capítulo 34:
-Me llegó esta mañana, por correo. –Dijo mi madre mientras yo la leía.
…Nos sentimos felices de plasmar nuestro amor en la historia… Junto a ustedes, familia, amigos, queremos grabar esta noche en lo más profundo de nuestras almas… …Los invitamos a nuestra boda el día sábado 24 de agosto en…
No podía seguir leyendo, era demasiado. Demasiado porque yo ni siquiera iba a casarme con Matías. Abel, ¿cómo te estarás sintiendo? ¡Yo no tengo nada que ver! Jamás habría querido hacerte algo así, mi amor. Lo llamé incontables veces, pero nunca atendió. Decidí darle un tiempo para que se le pasara la bronca, para que pensara en él, en lo que vivimos, en nuestro amor.
Debido a que necesitaba hacer reposo y no tenía que pasar malos tragos, me quedé a vivir en casa de mi madre por un tiempo, lejos de Matías. Luego de tres días de tranquilidad, la tortura comenzó nuevamente.
-En algún momento tenemos que hablar, hija. -Lo haremos ahora, porque esto ya está acabando con mi paciencia. –Se sentó a mi lado mientras desayunaba y me escuchó atentamente. –Cuando tú me enviaste el mensaje de texto el martes en la mañana, yo no sabía nada de este supuesto casamiento. A penas desperté con tu mensaje y Abel ya me estaba llamando. ¡Estaba furioso, mamá! Y lo peor de todo es que no quiso escucharme. Lo llamo todo el tiempo, pero es como si yo ya no existiese para él. -Lo sé, hija, lamentablemente sé la historia con Abel. –Me tomó de las manos, apretándome con tristeza. –Luego de que hablara contigo, me llamó. -¿Y qué tenía que hablar él contigo, mamá? –Quité sus manos de las mías, todo me salía redondo, eran cómplices Abel y mi madre. Me enfadé demasiado con ella. -Él se despidió de ti, de mí, del futuro que habían planeado juntos. ¡Se lo notaba tan mal, Sammy! ¡No imaginas su llanto! ¡Me partió el corazón en millones de pedazos! –Ella comenzó a llorar, pero yo no. Yo sabía que, esta vez, era un mal entendido de ellos tres, y lo único que lograban era complicar mi embarazo, y arruinar mi felicidad. -Supongo que es lo mejor para todos. –Dije fríamente, ella me miró sorprendida, con ojos enormes, las lágrimas aún caían por sus mejillas. -¿Cómo dices, Samantha? -Lo que oyes, es mejor para todos. Yo no voy a estar pendiente de su enojo porque se negó a escucharme y desapareció de mi vida. Si tomó esa decisión, significa que lo nuestro no era gran cosa. -¿Te estás escuchando? -Sí, escucho perfectamente, también veo que así no puedo seguir y lo mejor será que me vaya lejos de aquí. Sí, eso haré, cuando nazcan mis hijos, me iré de la provincia, tendré una vida nueva, lejos de todo lo que me hace daño. -Discúlpame, hija, lo siento, ¿sí? No volveremos a hablar así. Sólo quiero que te quedes a mi lado, que no me prohíbas estar en la vida de mis nietos, yo te amo Samantha.
Los días pasaban torturantes, en un principio me hacía la mujer más fuerte del planeta, pero es que dolía tanto, ya no soportaba seguir un día más sin él. Seguramente ya llevaba algunas semanas de viaje, quizás estaba muy ocupado, mi consuelo era ese al notar que nunca contestaba mis llamados. Revisé mis contactos, allí estaba el nombre de Ariel, diciéndome a gritos que debía llamarlo, que él me escucharía. Lo hice, lo llamé, pero atendió la casilla de mensajes. No hice un intento más, lo tomé como una señal, una señal de que yo ya no pertenecía al mundo de los Pintos.
Por la noche, mi madre se fue a dormir muy temprano, yo me quedé en mi habitación, revisando mi cuenta de Twitter. No había nada que dijese que me extrañaba, sólo posteaban momentos del viaje, veía que había estado con tanta gente, que había hecho tantas cosas, me ponía feliz por el gran salto que comenzaba a dar en su carrera, pero no podía evitar llorar por lo nuestro. Decidí apagar la computadora e irme a dormir, pero mi celular comenzó a sonar. Era una llamada de Ariel… a las 02:00 de la madrugada.
-Ariel… -Dije tratando de cambiar mi voz para que no notase que estaba llorando. -¿Qué quieres? –Noté que no le agradaba hablar conmigo. Me quedé callada un momento, pensando en qué decirle sin ser avergonzada…-Escucha, no te quedes callada porque me darás a entender que llamé sin sentido alguno. Si estamos hablando es porque yo pienso que todo tiene una explicación y que mi hermano no te dio la oportunidad de decirle la verdad. -Y la hay, Ariel, hay una explicación. Cuando me llamó Abel yo no sabía nada de la boda, pero sí sabía que era obra de Matías, así que corrí a su habitación para pedirle que arreglase lo que había hecho… -¿A su habitación? –Su voz cambió, se puso más serio de lo que estaba. -¿Está viviendo otra vez en tu casa? -Sí, pero, Ariel, escúchame… -Es demasiado, Samantha, que tus hijos sean de él no significa que tienes que meterlo de nuevo en tu casa o en tu cama. ¡Ahora entiendo lo que siente mi hermano! ¡Impotencia de que siempre hagas lo mismo, de que siempre lo uses para terminar siguiendo con esa basura! -¡Ariel! –Trataba de hacer que me escuchara pero no lo lograba. -Basta, te dimos tanta confianza y nos agradeces así. Lo único que haces es dejarnos mal parados. Podremos ser buenos, amables, humildes, y lo somos, pero no somos tontos, no tropezamos con la misma piedra dos veces. -No puedes decirme eso, no sabes por lo que estoy pasando. –Comencé a llorar, no me importaba si me escuchaba hacerlo, las lágrimas salían por sí solas. -Pero sí sé lo que le pasa a mi hermano, jamás lo vi así, tan destrozado, tratando de recomponerse sin encontrar consuelo en nada. Abel te amó demasiado, ¿sabes? –nos quedamos callados unos segundos. –Sólo aléjate… por el bien de todos, por favor. –No creía lo que escuchaba, era el fin. -Adiós, Ariel, gracias por todo. –Corté la llamada y me sumergí en mi almohada para desahogar mi dolor. ¿Cuándo había sido que me convertí en la mala de la película?