Capítulo 25:
Al regresar al departamento de Abel, no dije una palabra.
-Voy a bañarme, ¿me esperas aquí, princesa? –Dijo mientras yo me sentaba en la cama. -Seguro. –Respondí. Él se encerró en el baño y me dirigí hacia el balcón de su habitación.
Era una noche fresca y el cielo estaba nublado, comenzaron a caer pequeñas gotas de lluvia que se mezclaban con mis lágrimas. ¿Por qué Matías había sido capaz de hacerme tal cosa? No se había arrepentido, en ningún momento se acercó a la puerta del baño para preguntar si yo me encontraba bien cuando me encerré. En ningún momento me pidió perdón, ni lo noté con culpa, nada, siempre estuvo altanero. Así y todo se animó a recordarme aquella promesa que él mismo rompió en el momento en que me puso un dedo encima en contra de mi voluntad. Yo sólo rogaba que él ya no estuviese cuando regresara a mi casa. Sería un gran alivio para mí, vivir sola en mi departamento, poder esperarlo a Abel cuando viajase a mi provincia, poder estar con él sin ocultarme. Aunque eso ya estaba resuelto porque nuestra foto ya estaba en muchas páginas de Internet, y no era una foto de él abrazándome, donde se podría buscar excusas para apaciguar a los paparazzis, no, era la foto de un beso nuestro, de nuestro amor.
Por suerte logré alejar mis pensamientos y ya estaba de mejor humor. Volví a la habitación porque afuera estaba muy frío. Busqué en mi bolso una crema que me había dado la madre de Florencia para ponerme en las heridas. Me quedé en ropa interior, se notaban cada vez más las manchas violetas en mi cuerpo. La crema tenía dilocaína, la cual hacía que el ardor desapareciera por unas horas. Abel salió del baño y, al verme así, puso cara de adolorido.
-¿Te duele mucho, mi amor? –Preguntó y se sentó a mi lado en la cama. -Está calmando. –Sonreí y me dolió la herida en el labio. -¡Auch! –Exclamé mientras hacía presión con mi mano para que dejara de doler. Me puse un poco de la crema y llegó el alivio. –No sé cómo tapar esto, no me gusta que todos vean que estoy lastimada. -En dos días ya no tendrás casi nada, vamos a descansar.
Pasaron 4 días desde mi llegada a Buenos Aires. El viernes 10 llegó más rápido de lo que pensaba. Estar a su lado me hacia perder la noción del tiempo. Esta noche Abel se presentaba por tercera vez en el Luna Park, y era mi primera vez allí, viéndolo en vivo ante tanta cantidad de abeleros, todos reunidos para festejar su cumpleaños cuando el reloj diese las doce de la noche. Fue un show espectacular, seguramente los dos anteriores, que los había realizado la semana anterior, habían sido iguales, llenos de emociones, de amor, de felicidad. Durante el recital, él cantaba de una manera… sus ojos irradiaban alegría, él era feliz, y verlo de ese modo me transmitía lo mismo. Yo me quedé a un costado del escenario, escondida, viéndolo desde el mejor punto. Me miraba cada vez que quería dedicarme alguna frase de sus canciones y varias veces se acercó hacia mí para besarme sin que nos vieran.
Fue una noche maravillosa, al finalizar, fuimos con su familia a cenar al restaurante de un lujoso hotel. Como ya era la madrugada del 11, le cantamos el feliz cumpleaños y luego los mozos trajeron una gran torta que habíamos hecho Susi y yo. Cuando salíamos del restaurante, en el lobby del hotel había muchas cómplices, esperándolo para sacarse fotos con él. Le pedí a sus padres que me llevaran al departamento de Abel, sería mejor que lo esperara allí, mientras él se tomaba su tiempo para estar con aquella gran familia que había venido a saludarlo por su cumpleaños desde distintas partes del país.
Tenía bastante tiempo a mi favor, por lo que decidí aprovecharlo para preparar una de las sorpresas. Hice un camino de velas desde la entrada de la casa hasta su habitación y, dentro de ella coloqué velas en distintas partes: balcón, mesas de luz, cómoda, etc. Sobre la cama armé un mensaje con pequeños bombones de chocolate que decía ¡FELIZ CUMPLE AMOR! Eso era el inicio, el regalo era otro… Lo esperé demasiado, abrí una botella de vino blanco espumante y serví en dos copas, me dirigí hacia el balcón de la habitación con mi copa para probarlo.
-¡Qué genial es todo esto! –Dijo Abel detrás de mí, apoyando su cabeza sobre mi hombro. Me asusté, no lo había oído llegar. -¡Feliz cumpleaños, mi alma! –Me di vuelta para verlo a los ojos, vi que traía su copa en la mano. -¡Salud, mi amor! –Hice chocar mi copa con la suya. Tomamos un poco y luego las llevó hacia la cocina, yo guardé los bombones de la cama en una caja, debía hacer lugar para la acción. Al regresar, me abrazó tan fuerte, tan apasionadamente, como si fuese el último abrazo, pero yo sabía que no, porque jamás me iba a separar de él. Lo besé intensamente, el sabor de sus labios era mi droga, sus caricias eran la chispa que encendía el indomable fuego en mí. Lo dirigí hacia la cama, hasta quedar acostados. La pasión crecía cada vez más, mis ganas de ser suya, ahora y siempre, eran infinitas. Desabroché rápidamente su camisa para acariciar su pecho, él me quitó la blusa. Su respiración entrecortada, excitada, me hacía desearlo más y más. Coloqué mi mano en su entrepierna, noté su calidez, traté de desabotonar su pantalón salvajemente, pero él me detuvo.
-Sammy, espera. No te he preguntado sobre este tema para no ponerte incómoda, no lo hagas por compromiso, mi amor. –Dijo Abel mientras me acariciaba la mejilla. –Si quieres esperar un poco, después de lo que te hizo Matías, yo esperaré contigo. -Abel, es contigo, sólo contigo. Es a ti a quien amo, es contigo con quien quiero vivir la vida. No lo hago por compromiso, te deseo a ti y sólo a ti, mi amor. –Me quedé mirándolo a los ojos. -Gracias, te juro que es lo mismo que añoro, estar contigo, ser sólo tuyo, princesa, te amo. –Me sumergió en sus brazos y comenzó a besarme con más ganas. Quité sus pantalones y quedamos desnudos, el calor aumentaba debajo de las sábanas al igual que nuestro amor, un amor que había nacido sin buscarlo, sin conocerlo, y que hoy era tan grande y nos hacía sentir las personas más felices del mundo si estábamos el uno con el otro.