Capítulo 3: La luz que se desvanece

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Sin importar cuantas veces hubiera presenciado el clico, teniéndolo completamente memorizado, acompañar hacia el final a la gran figura que compartiera con los suyos lo mejor de si hasta llegar al fondo donde su anterior cuerpo diera vida a nuevos pares de ojos que, guiados por los instintos natos, comenzaran su proceso de acoplo dentro de la rotativa formación natural.

Su emoción por los resultados sería suficiente para tomar sin miedo a uno de los nuevos agregados a la manada para presentarlo con todos los que pudiera, siendo su preferencia la de hacer coincidir a los mayores y próximos a terminar su ciclo con los nuevos seres; una peculiar forma suya por demostrar que no existe un final sino un nuevo comienzo.

Poco más allá de eso y de consultar por cosas que obtendrían respuestas ambiguas o directamente a la palabra "desconocido", permanecer en la zona únicamente sería su labor de vigilar la ausencia de perturbaciones en la gran puerta o en los enlaces del resto de los presentes.

Con la seguridad de reconocer todo en orden y calma, despedirse y comenzar el ascenso a la salida sería su siguiente acción, conociendo que nadie más le seguiría; lo habían intentado antes y el resultado era siempre el mismo, no lograrlo.

Manteniendo un avance veloz, sus ojos, aun no acostumbrados a los cambios de luz, pasarían un par de instantes cerrados, permitiendo trabajar el ajuste para el nuevo entorno. El trayecto lo había convertido en una especie de carrera independiente, jugando con su fuerza y velocidad para cumplir con los trayectos de separación con menores plazos de tiempo.

Pocos metros de alcanzar la superficie, su vista reconocería las peculiares sombras que impedían su camino, intuyendo de lo que se trataba y, ante lo cual, obligarse a disminuir su velocidad y efectuar un ascenso lento.

— ¡Ahí está!

La alarmante sacudida de los botes de madera no demoró en hacerse presente, resultado de los movimientos descuidados de los tripulantes más pequeños.

— ¡Calmados, que pueden caer!

Los jefes al mando y cuidado de los pequeños fueron obligados a contener las renovadas energías de los jóvenes tripulantes que habían aceptado llevar durante su mañana de pesca.

La grande y familiar figura regresó con lentitud a su refugio dentro de las aguas, sacudiendo las aletas a los costados de su cabeza al reconocer las voces de desilusión y tristeza que ahora dominaban la anterior felicidad.

Nadar un par de metros más cerca, tomando posesión del espacio entre el escuadrón de barcas de pesca, manteniendo la atención suficiente para evitar los incidentes anteriores en los que su cuerpo se vio victima de las redes que usaban los pescadores, se permitió emerger una vez más, mostrando sus brillantes ojos grises a los familiares pescadores y pequeños cuya chispa de alegría había retomado el control.

— Esta vez tenemos más polisones madrugadores —Externó con voz calma el orco anciano de largas barbas grises, líder del grupo y encargado de mantener la seguridad de todos— ¿Podrás con ello?

Un asentimiento y acercamiento a la primera barca serían la respuesta suficiente, la señal e invitación para el abordaje de los infantes que, impacientes, se apresuraban a montar sobre la aun mojada cabellera oscura que se extendía desde su cabeza hasta cubrir por completo su amplia figura, funcionando como mapa de ubicación para los acostumbrados tripulantes que habían aprendido a posicionarse en las zonas seguras.

Nueve tripulantes para esta ocasión, cuatro más de lo que había acostumbrado.

— Ya hemos hablado con las madres, esta será la única ocasión en la que sucede —Intentó justificar uno de los adultos pescadores, consciente de que el número de infantes podría representar un descontento.

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