Capítulo 47: Legado

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El Onirkos finalmente había desaparecido plenamente, el daño dejado fue peor de lo pensado.

Incontables vidas fueron perdidas, muchas de ellas, jóvenes, ancianos, expertos y novatos, perecieron en consecuencia al daño y drenado de vida por el sauce ya extinto.

Otros más, celestiales en mayoría, incapaces de despertar del letargo en el que habían caído al ser dominados por la oscuridad, corruptos e inestables a los que, los pocos valientes, decidieron liberar de todo sufrimiento.

Los propios nativos, débiles e incómodos, tomaron fuerza y valor para comenzar a organizar lo que antiguamente fue su hogar.

La pérdida era algo lamentable, natural y de desgracia que no muchos eran capaces de asimilar.

Imposible de soportar el panorama, donde incluso pequeñas figuras inocentes, sin conocer nada del mundo, fueron también privados de la vida.

El Onirkos era poderoso, pero también aterrador; un poder más antiguo que la existencia mismas, siempre presente, un recordatorio permanente de que todo podría repetirse si no se mantenía la precaución adecuada.

— Sabik, debemos reconstruir nuestro pueblo, calmar las almas de nuestra gente y borrar la memoria de los forasteros, eliminar todo rastro de está tragedia.

Los pocos sacerdotes seguidores y autoproclamados guardianes del sabik se mantenían firmes en su decisión radical de eliminar toda prueba de la desgracia, no dejar evidencia del como habían fallado, del como todo surgió dentro de su propia vigilancia.

Nashira miraba con pesar lo que sería su nuevo trabajo, arreglar lo sucedido y regresar todo a la normalidad; algo que realmente no deseaba.

Nunca fue su decisión que todo aquello sucediera, tener el poder de ver las posibilidades era impresionante pero también una condena con la que, a su corta edad de 10 años, se encontraba harta.

Suhail intervenía por ella, férreo a no separarse de su lado nunca más, determinado a cumplir lo que anteriormente no fue capaz, conociendo las próximas dificultades que debería enfrentar.

Vipmon se limitaba a observar desde la distancia mientras sus heridas eran atendidas por los pocos curanderos que resistían.

Ante sus ojos, la pequeña le recordaba a su mismo.

— Puedes cambiar la vida de esa niña, y lo sabes —Como voz de su conciencia, Kia se había aproximado hasta él, agradecida de tener su cuerpo en mejor estado, solo incómoda por las vendas que debía portar hasta sanar completamente.

— No quiero más problemas, solo quiero descansar —Murmuró el varón sin apartar la mirada, sabiendo que no era precisamente a la pequeña a quien miraba.

— Es tu problema desde que te vinculaste a él, lo que sea suyo también será tuyo —Se mofó con hartansa la cazadora, no dudando en golpearlo levemente en el hombro, incrementando su orgullo al notar el rubor considerable en el rostro de Vipmon.

— No sé de qué hablas —Se excusó, cambiando su atención a sus propias manos.

— Puedes negarlo todo lo que quieras, pero las pruebas son obvias. Te interesa él y también la niña, eres aprensivo con las cosas que te importan —La atención de Kia viajo hasta Géraki, quién se encontrase aún asimilando y practicando con su brazo regenerado. Un regalo único que jamás olvidaría.

— No quiero perder a nadie más —Se sinceró, apretando con fuerza los puños— No puedo soportarlo más.

Kia guardo silencio por algunos minutos.

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