Capítulo 40: Cisma

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Los errores eran un aspecto de la vida que siempre había considerado como duras lecciones para provocar un cambio, una desagradable apertura para tomar el camino a la verdadera perfección. Sin embargo, en los últimos tiempos los errores no hacían más que incrementar en número, desencadenando el pensamiento de aceptación y adaptación a ello, disipando el camino original de combatirlo y remediarlo.

El conformismo de había colocado ya en un tan alto nivel que hasta la vida misma había perdido la esperanza.

No era algo que él aceptaría.

Las anteriores guerras le mostraron una ventana a la esperanza de regresar el curso de las cosas por el camino correcto, participando activamente para guiar a los descarrilados por el verdadero origen, a la única perfección existente.

Sus ánimos decayeron cuando las fronteras naturales fueron derribadas, dejando en existencia solamente dos de los más gloriosos trabajos de los primarios, siendo uno de ellos ocultado en los cielos, protegido por los suyos, y el otro desterrado a lo más profundo de los suelos.

¿Por qué las cosas habían terminado así?

Incluso los suyos lo habían sorprendido, de mala manera, con sus actos de no intervención aún cuando eran los principales espectadores del como las cosas avanzaban por el peor camino posible, declarándose como los protectores del equilibrio cuando sus actos eran nulos por conservarlo.

¿Valía incluso aún considerarse cómo superiores a las otras razas cuando ellos mismos eran participes de aquellas faltas?

No

Su única y certera respuesta era una gran negativa.

Lo estructuró durante bastante tiempo, reconociendo como una señal universal de correspondencia a sus creencias cuando descubrió la tiara y cuchilla de gran poder que pareciera nadie más tener conciencia de su existencia; lo planteo como una posibilidad en espera.

Su esperanza incrementó al encontrar quienes tuvieran la habilidad de emplear aquellos objetos, dando inicio a su más grande sueño.

El mundo no podía ser cambiado, las pruebas eran irrefutables. La única manera de recuperar el camino verdadero era logrando un nuevo inicio.

Drexim necesitaba un reinicio que él, con gran gusto y emoción, se encargaría de lograr.

Una oportunidad de crear el paraíso que los primarios y sus descendientes no supieron proteger.

Los pilares estaban sembrados, un poderoso canal de magia que sostuviera la cuchilla encargada de partir la realidad, teniendo el honor de ello el Arzival inconsciente cuyo cuerpo era consumido por el marco del gran arco, canalizando la energía que tomaría del gran sauce.

La energía precisaba de un canal y contenedor para ser utilizada con propiedad, siendo el papel de la mujer pelirroja con la tiara, cuyas habilidades habían superado todas sus expectativas, encargada de forjar el equilibrio del portal del cambio.

¿Lamentarse por todos aquellos que perderían la vida?, ¡Jamás!, Por el contrario, su cuerpo desprendía el orgullo de reconocerlos como los pioneros y piezas clave para lograr el nuevo mundo.

— Eres un jodido Genocida —Se quejó la Banshee desde su contención, no disimulando la ferviente rabia que desprendían sus pupilas ante la gran cólera que la dominaba.

— Vivimos de lo que asesinamos, es justo ser asesinados para traer la nueva vida —respondió con simpleza el aludido, insensible a las palabras proferidas en su contra.

Su mente solo apremiaba la gran emoción de su cuerpo al apreciar finalmente todas las piezas unidas, impaciente de aquel cosquilleo en sus manos que le brindaban señal de esperar sus indicaciones para comenzar.

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