Capítulo 29: Ecos del pasado

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Su atención se mantenía fija en la ya agrietada e inutilizable mascara que alguna vez fue de elegante color blanco, el faltante de la parte inferior izquierda, con grietas en el área superior que amenazaban con extenderse hasta concretar una destrucción completa, reflejaba la zona de mayor daño, algo de lo cual sorprenderse si se consideraba la resistencia y trabajo detrás de su creación; algo que debiera ser inexpugnable fue llevado más allá del limite.

El agarre en sus manos se incrementó, su colera en aquellos instantes era de temer, las cosas habían cambiado considerablemente en consecuencia de su descuido, el dejarse llevar por aquellas emociones que consideró encerradas en las mas lejanas y oscuras regiones de su ser, terminaron por regresar en forma de una abrupta explosión que nubló su juicio y desencadenó la esperada tragedia de su presente.

Arrojó con fuerza la máscara al suelo, no sorprendiéndose que, ante el impacto, el objeto terminara por despedazarse en contables y diversos fragmentos, desprendiendo un sutil brillo de partículas purpura y humo; resultaba evidente ya que no sería de más utilidad.

Con sus manos ahora libres, hurgó dentro de sus prendas hasta encontrar aquel segundo objeto que le mantenía en su estado de autodesprecio, cuando la cuchilla oxidada fue alcanzada por sus manos, su descontento enfrentó un notorio cambio. A diferencia que con la máscara, aquella arma tenía un significado más complejo, un objeto que, desde que llegó hasta sus manos, representó sus sueños y esperanzas, una llave para obtener la fuerza y poder suficientes para iniciar y desarrollar todo un plan que le llevará a su objetivo. Recuperarlo le permitía mantener una poca de esperanza y calma, si bien, había perdido a quien se encargaba de llevarla, el poder sostenerla en sus manos mantenía aun existente aquellas otras opciones y planes de contingencia que tenía preparados.

 — Una vez más, la decisión esta en tus manos —La familiar voz detrás suya se hizo presente, serena y pacifica, transmitiendo la paz y calma que necesitaba; aquella que desde el inicio le había otorgado la claridad suficiente para gestionar su propio ser y tomar las decisiones más acertadas.— Que su pequeño desliz no nuble el resto de su juicio.

Su atención viajó de la cuchilla en sus manos al panorama frente a sus ojos, ante aquel imponente sauce de metal cuyas representativas hojas serían la incontable formación de capsulas metálicas donde todas sus presas residían en cómoda y apacible contención, custodiados por las numerosas serpientes de metal que se mantenían serpenteando por sus alrededores, drenando toda la energía de los cautivos para guiarla al núcleo central; aquella protegida zona en el centro del tronco.

Había perdido un fuerte elemento, aquella marioneta que le permitía manipular sin complicaciones las descargas de energía que lograba drenar, algo difícil de sustituir sin aperturar una posibilidad a la traición y derrota, sin embargo, mientras el resto de elementos se encontraran a su favor y bajo su control, las probabilidades de fallo se mantenían sin rebasar lo mínimo.

— Aun hay esperanza, aférrate a ella para continuar

Su gratitud ya no solo por aquellas palabras, sino por la presencia y el acompañamiento que había compartido desde el comienzo le resultaban invaluables, vitales para evitar sucumbir ante sus propios temores y pensares; un recordatorio sobre cuan grande era su verdadero poder y lo que había logrado hasta su actual presente.

Una de las contadas voces de animo y simpatía que había tenido oportunidad de conocer luego de su despertar, cuando el desconcierto, temor, confusión y sensaciones de abandono fueron su silenciosa condena entre aquellos que solo le miraban desde la distancia, negados a extender la mano con la ayuda y explicaciones necesaria, no otorgándole su derecho a conocer la verdad detrás de su estadía ahí.

Recordaba con claridad aquel momento de su despertar, cortos instantes de confusión hasta el abrumador golpe del enclaustro al reconocerse en cautiverio de un grueso féretro de cristal, el cual atacó con desesperación, ignorando la rigidez y dolor de su cuerpo entorpecido, gritando por ayuda hasta el borde de las lagrimas, sin rastros de esperanza cuando ni una sola alma se presentó a su auxilio.

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