Capítulo 22: El maestre

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El silencio perduró durante tiempo eterno, solo perturbado por el ocasional tronar de la llamas de fuego que brindaban iluminación en el exterior de la celda.

Respiraciones controladas, dominadas de forma similar a las palabras y oraciones que esperaban su oportunidad de escapar de sus cuerpos. Miradas frías y gélidas que comunicaban lo necesario, compartiendo la incertidumbre y espectativas por lo que sucedería.

El hombre mayor, en su relajada postura sentada sobre el alfombrado suelo, con sus piernas cruzadas y la taza aún humeante de té sobre sus manos unidas, mostraba su expresión expectante, conservando la inmutable calma del entorno. Cualquier intento de agresión que transitará por su mente era velozmente disipada, su cuerpo carecía ya de la preparación para lograrlo, así mismo, las protecciones de su celda de contención custodiaban y protegían cualquier posible perturbación del exterior; se encontraba imposibilitado y protegido.

Varios metros distante, respetando cada uno de los señalamientos de advertencia para mantener la lejanía, la figura del segundo hombre cuya expresión también analítica obligaba a su cuerpo a mantener el porte firme y erguido, con los sentidos alerta para cualquier inadvertido ataque, aún conociendo que contaba con la ventaja física contra en único enemigo ante sus ojos.

— Un honor tener al nuevo maestre visitando mi olvidado encierro

La voz del de cabellera dominada por el tono blanco fue finalmente quien otorgará el primer corte al silencio eterno.

Las facciones de Vipmon se contrajeron en un rostro ceñudo, aprisionando sus manos desprotegidas en fuertes puños.

— No porto con ese título, y mi estadía será efímera —El tono amenazante y disgustado fue notorio, sin embargo, no impedimento para el de mayor edad continuar disfrutando de la calma y el sabor de su té.

— Si  ha decidido solo pasar a observar, puedo ofrecer compartir una taza de té —Su mano izquierda continuó sosteniendo su taza, mientras la mano contraria señaló la tetera de porcelana blanca que se mantenía sobre la pequeña mesa de abeto.

Aquel trato distante, de burlesco y fingido respeto perturbaba su autocontrol, bajo otras circunstancias, estaría usando ya su poder para erradicar esa falsa tolerancia; de no encontrarlo necesario directamente no estaría allí.

— He venido por respuestas —La interacción sería solo a puntos esenciales, nada más allá de ello sería aceptable.

— Para obtener respuestas son necesarias las preguntas —Un último sorbo a su bebida antes de finalmente dejar la taza sobre la mesa, compartiendo su atención en su visitante.

— Te derrote antes, hacerlo de nuevo no será problema —Retó, estudiando con recelo la nula reacción del mayor— Lo que estés tramando no funcionará.

Fiavaron cerró los ojos, manteniendo su expresión serena.

— Para tu disgusto, no estoy enterado de mis nuevas acusaciones

— Los secuestros y ataques, tu séquito es obvio al trabajar en tu nombre, descuidados en sus actos —La pasividad y calma del mayor le mantenía alerta, expectante de cualquier posibilidad, intranquilo y desesperado— Detén todo esto y libera a quienes has tomado.

Una baja risa profunda le respondió

— Podrás no creerlo, sin embargo, los nuevos males en el mundo no son mi causa —Sus ojos se abrieron, encontrando gusto en la recelosa mirada escéptica del varón— Mi única batalla es contra el tiempo que me resta de vida

— ¡Mientes! —Bramó con fuerza, tensando la mandíbula— Todas las desgracias tienen tu maldita influencia.

Su respirar agitado y porte defensivo le permitieron saber que estaba por cometer un acto imprudente, luchando contra sí mismo para encontrar calma.

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