Especial 1

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El silencio y la calma, en secuencia a una fría y amable brisa de viento, lograban mantener su mente tranquila, paciente y en atención a su entorno; siempre esperando.

Llevaría ya un tiempo así, complejo asignar una fecha o periodo exactos, solamente en tranquila y solitaria calma.

Sería mentira decir que no había momentos en los que su estado de ánimo tuviera una caída, algunas veces solo por las memorias y otras más simplemente por el hecho de tener que esperar.

Al comienzo, la espera no era un problema, no mientras tuviera compañía y el lugar continuará sintiéndose como un hogar.

Habían construido una cabaña, talando arboles, picando piedra, dividiendo las tareas hasta lograr levantar la construcción, siendo Pautrick el encargado de crear y amueblar el sitio, tallando la madera hasta lograr finas obras que dieron vida y utilidad al interior.

Mesas, sillas, camas, armarios y otros tantos elementos más, no solo de madera, las pieles, telas y piedras fueron siempre materiales disponibles. Sus habilidades fueron mostradas y compartidas en enseñanza a los demás.

Su último trabajo, para curiosidad de todos, fue la elaborada puerta de roble que colocó en la entrada principal.

El final de su participación, en palabras suyas, el cierre a su estadía.

Un brillante círculo verde se hizo presente frente a la casa, algo que todos miraron con ojos curiosos y atentos.

He realizado todo lo que me tenía prometido, compartido lo que el tiempo no me había favorecido. Llega el momento de dar el siguiente paso.

Su voz, grave, pausada y cansada, acordé a su aspecto y genuina edad, se encargó de tomar la atención de todos, no solo por el hecho de no escucharle usar su acostumbrado lenguaje elfico, sino por el significado que transmitía.

Había sido el primero en llegar, sería el primero en marcharse.

Recordaba con claridad tener la valentía de acercarse primero, atrapando al anciano elfo en un agradecido y desesperado abrazo, encontrando calidez cuando el gesto le fue devuelto y el resto se unió a la despedida.

Ohávse, fue un placer compartir la historia contigo.

El abrazo terminó, teniendo al grupo observando el paso lento, pero firme, del anciano elfo, cuyo cuerpo y figura desaparecieron por completo al atravesar la luz, dejando únicamente detrás suya el bastón de madera que utilizaba como única prueba de su existencia.

Aún con la ausencia, la calma continuó.

La atención fue ahora en arar la tierra y crear una parcela fértil en la cual cultivar lo que serían sus alimentos.

Erthos y Ufis, como expertos en la materia, se encargaron de guiar y corregir lo que era trabajado, demorando su tiempo hasta encontrar plenitud y gozo con el brote y crecimiento de las primeras semillas, conscientes del significado de aquella alegría.

Un nuevo círculo de luz, esta vez de un tono celeste, apareció frente al cultivo.

La pareja lo observó con una sonrisa en el rostro, antes de girar su atención a quienes quedarían en espera.

Juvamar —Tomó primero la palabra la duendecilla— hubieron muchas cosas que no fuimos capaces de compartir, sin embargo, crear juntos este cultivo es nuestra muestra de amor y gratitud.

Te enseñamos a ganar y merecer el alimento, ahora, finalmente, tendrás las herramientas para poder conseguirlo por tu cuenta —Erthos sonrió con emoción, un sentimiento muy poderoso y desbordante en su pequeño cuerpo de duendecillo, no demorando en tomar por la cintura a su pareja— Rezaremos siempre por tu bien.

OnirkosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora