Capítulo 8: Tormenta

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El silencio reinante, donde incluso los animales cercanos aceptaron la no promulgada ley de evitar emitir el más de los sutiles sonidos, se mostró como autoridad absoluta en el entorno, acompañada de los fríos y glaciares vientos de estremecimiento que calaron los huesos y cuerpo de más de uno de los participes de aquella gran masa de espectadores cuya atención se mantenía fija y atenta a los cielos, depositando un incontable número de ojos sobre la gruesa y oscura nube de amenazantes relámpagos dentro de la cual, difícilmente, lograba apreciarse la presencia de dos siluetas.

Lo desconocido siempre atrae consigo la angustia e inseguridad, el temor ante la incertidumbre de prepararse para un combate o, en todo caso, contar con las reacciones primitivas necesarias de autopreservación y escapar de un peligro ajeno; decisiones que rondaban, cual feroz tormenta, dentro de los pensamientos de todo aquel publico expectante.

Armas en mano, sujetadas con la mayor de las fuerzas posibles a fin de conseguir seguridad y claridad ante el desconocido momento decisivo. Manos con brillos diversos y gargantas preparadas para recitar conjuros y hechizos de ataque, protección y salvación; nunca se sabría cual sería la mejor opción, por ello la elección de prepararlo todo.

Angustia y movimientos de retroceso lentos para aquellos cuyo instinto gritará por una evacuación inmediata, no importando posesión alguna salvo su propia existencia; valientes aquellos que, sin apartar la mirada de los cielos, tomaron con fuerza las manos de cuerpos paralizados de sus seres queridos, advirtiendo la imperiosa necesidad de escapar tan pronto el trance colectivo fuera eliminado.

En las alturas, la calma era quien dominaba, no representando una sorpresa para quien ya conocía la cantidad de atención que les sería otorgadas ante su aparecer, sin embargo, admitía encontrar un favorable desconcierto al no obtener un agresivo recibimiento, intuyendo que sus actos aun no eran noticia de gran recorrido, siendo el presente el momento en que el mundo daría libertad de conocimiento sobre sus acciones; el día en el que toda Drexim descubriría las alertas del cambio.

— Es momento de llamarlos

Una orden clara y directa sobre el inicio de la acción.

Las manos enguantadas de una de las figuras se mostraron alzadas, advirtiendo a todos los espectadores la llegada del momento decisivo. Usuarios de magia respondieron con rapidez conjurando escudos y barreras de protección, combatientes prepararon sus habilidades en conjunto a sus armas, agrupándose rápidamente en equipos de batalla. Aquellos no preparados, tomaron las acciones como respuesta para comenzar su silenciosa marcha de escape, llevando consigo a quienes aun no lograban liberarse del trance.

El espectáculo comenzaría

La figura de manos extendidas mostraría el inconfundible brillo de oscuridad sobre sus extremidades, dando extensión a las nubes de oscuridad en las que se refugiaban, no importando el veloz crecimiento y refuerzo de los usuarios de magia en tierra quienes se preparaban para lo peor.

— Dichosos aquellos de presenciar a los caídos

Fuertes vientos en secuencia de resplandores de relámpagos y retumbares de la tierra con poderosos truenos fueron el escenario que diera acogida al incontable ejercito de figuras oscuras que descendían de las nubes, seres de aspecto monstruoso irreconocible conformados de inestable brea, algunos con aros de brillante negrura protegiendo sus espaldas, otros más con triadas de filosas y extensas alas de plumaje azabache y esferas de rostro agónico cuyo sonido de lamento fuera augurio de la más grande desesperación y desolación.

— Celestiales —La voz, colmada de dolor e incredulidad de Brell se hizo presente, reflejando en su propio rostro la expresión de horror y amargura al saberse conocedor de la verdadera naturaleza de aquellos desagradables seres.

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