Capítulo 13: Buenos amigos.

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Alba no podía salir de su escepticismo y mucho menos podía dejar de mirar a aquella mujer que tanto parecido guardaba con María. Alba examinó a aquella mujer con la mirada, la observó atentamente de pies a cabeza y se percató de que esa mujer era casi idéntica a María, con excepción de pequeñas diferencias como: el cabello negro largo hasta la cintura (María solía llevarlo corto), los lentes que llevaba (María no utilizaba) y los ojos color miel (María los tenía verdes). Fuera de esas pequeñas diferencias, era como estar ante la propia María.

Victoria miró a Renata y le hizo un gesto señalando a Esteban.

—Él es Esteban San Román, el papá de los niños —presentó con calidez—. Y ellas son Alba y Carmela, las tías de Esteban.

La recién llegada los miró a cada uno.

—Mucho gusto —sonrió con calidez y se acercó a Esteban, luego le extendió la mano—. Es un placer conocerlo, Señor San Román.

Esteban estaba congelado. Miraba a aquella mujer como si esperase que alguien saliera a decirle que se trataba de una estúpida broma... Alba se percató de la reacción de Esteban y creyó ver que su sobrino se debatía entre la sorpresa, el enojo y la incredulidad ¿O tal vez fuera entre el amor, la añoranza y el dolor?

—¿Esteban? —Victoria enarcó una ceja al ver que él no aceptaba la mano de Renata.

La voz de Victoria sacó a Esteban de su lapsus y aceptó la mano de Renata.

—El gusto es mío —declaró él con voz ronca mientras le estrechaba la mano con firmeza.

Renata asintió y soltó la mano de Esteban, para luego dirigirse hacia Carmela y de igual forma extenderle la mano.

—También es un gusto conocerla, Señora.

Carmela asintió sin dejar de mirarla con asombro.

—Igualmente, linda —respondió con lentitud—. Y soy señorita.

Renata sonrió.

—De acuerdo, Señorita.

Carmela soltó la mano de Renata y observó que se dirigía hacia Alba.

—Esteban ¿Podemos hablar un momento en tu despacho? —inquirió Alba antes de que Renata le extendiera la mano, sin siquiera importarle parecer mal educada.

—Claro —respondió él con un carraspeo.

Victoria miró a Alba con atención.

—Estás pálida, Alba —señaló—. ¿Te sigues sintiendo mal?

Alba fulminó con la mirada a Victoria.

—Estoy perfectamente —respondió y dio media vuelta para dirigirse hacia el despacho.

Victoria se encogió de hombros y miró a Esteban.

—Mientras tú hablas con tu tía, yo ayudaré a Renata a instalarse y le enseñaré un poco la casa —sonrió.

Esteban miró a Renata con suma atención como si esperase que ésta dijera algo y luego volvió a mirar a Victoria.

—De acuerdo —espetó él por fin y se dirigió a su despacho.

Victoria miró a Renata.

—Disculpa a Alba —espetó—. Ella es así con todos, no te sientas mal.

—Eso es verdad —sonrió Carmela, un poco más recuperada de la impresión.

Renata sonrió.

—No pasa nada —aseguró.

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