Capítulo 36: Inocencia.

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Esteban se sorprendió bastante al escuchar el nombre de su esposa y luego al verla ingresar a la sala de juicios acompañada de un oficial y con una carpeta en la mano. María lo miró y le sonrió inocentemente, luego ella miró hacia el otro extremo de la sala y su sonrisa se esfumó para ser reemplazada por una sonrisa y mirada retadora. Esteban no tuvo que girarse para saber que era a Alba a quien iban dirigidas esas mirada y sonrisa desafiante.

Él de inmediato se giró hacia Luciano.

—¿Qué significa esto? —inquirió Esteban en voz baja y con los dientes apretados.

Luciano no se intimidó.

—¿No es obvio? —respondió en voz baja y tranquila—. Tu esposa trata de ayudarnos a limpiar tu nombre —señaló.

Luciano se puso de pie y se ajustó su saco mientras miraba a María que ya se encontraba de pie en el estrado de los testigos. El juez miró a María.

—Señora San Román levante la mano derecha, por favor —ordenó y ella lo obedeció—. Está aquí en calidad de testigo, ¿Jura decir la verdad y nada más que la verdad?

María elevó la palma de su mano en lo alto y asintió.

—Lo juro.

El juez asintió con satisfacción.

—Puede tomar asiento —espetó el juez.

María obedeció y el juez miró a Luciano para hacerle saber que podía iniciar con el interrogatorio. Luciano se acercó al estrado donde se encontraba María y la miró.

—Buenas tardes, señora ¿Podría decirnos su nombre completo?

María inhaló aire.

—Me llamo María Fernández Acuña de San Román —respondió.

Luciano asintió.

—Señora San Román ¿Conoce al señor Esteban San Román? —inquirió.

María asintió.

—Lo conozco.

Luciano miró a Esteban.

—¿Podría decirnos qué es de usted el señor San Román?

María sonrió y miró enamorada a Esteban.

—Es mi marido y mi socio.

El fiscal frunció el ceño y se puso a revisar sus documentos.

—¡Objeción, señoría! —espetó el fiscal al encontrar en sus notas algo importante.

El juez miró al agente.

—¿Por qué razón?

El fiscal miró con desconfianza a María.

—Esta mujer está mintiendo —aseguró—. Esteban San Román enviudó hace poco más de dos años —espetó—. Y su esposa se llamaba de la misma forma en que esta mujer asegura llamarse.

El juez, que no desconocía el nombre de Esteban San Román como el gran empresario de negocios que era, debía admitir ante sí mismo que conocía aquella vieja noticia. Miró a Luciano con severidad.

—Lo que dice el fiscal es de conocimiento público —espetó—. ¿Qué tienen para decir usted y su testigo, abogado?

Luciano sonrió.

—Podría decir que lo que dice usted y el fiscal es cierto, todo mundo ha escuchado en algún momento la trágica historia de amor de Esteban y María San Román —admitió—. Pero lo que no saben, es que lo que ustedes creen saber es sólo una cara de la verdadera historia —aseguró—. Y, si usted me lo permite señoría, con gusto les relataremos la verdad y nada más que la verdad de lo que sucedió hace más de dos años.

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