Capítulo 18: Pandora.

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Después de la audiencia de lectura de sentencia, Esteban y Luciano se habían dispuesto a ultimar detalles administrativos que eran necesarios para que María finalmente se pudiera marchar. Mientras se dirigían a las oficinas para llevar a cabo aquellos trámites pendientes, una mujer se acercó a ellos con una radiante sonrisa en su rostro.

—¡Luciano!

El abogado miró a la mujer y sonrió.

—¡Victoria!

Ambos se fundieron en un fuerte y cálido abrazo.

—¿Qué haces aquí? —inquirió Luciano.

Victoria sonrió.

—Me pidieron realizar un peritaje médico y vine a dejar mis informes —respondió.

Luciano asintió y miró a Esteban.

—Esteban, permíteme presentarte a mi hermana: Victoria Cisneros. Es médico —presentó con orgullo—. Victoria, te presento a Esteban San Román: cliente y amigo.

—Mucho gusto, señorita —saludó Esteban y extendió su mano.

Ella asintió y aceptó la mano de Esteban.

—El gusto es mío, Señor San Román —aseguró con una amistosa sonrisa—. Fue un placer encontrarlos, pero si me disculpan tengo que ir a la oficialía de partes.

—Nosotros también vamos para allá —aseguró su hermano—. Vamos, entonces.

Así que los tres se habían marchado y mientras Esteban y Luciano se habían dedicado a ultimar detalles, María había tenido que quedarse esperándolos en la sala de testigos pues además se sentía sumamente agotada... Y Esteban siempre se maldeciría por ello. Por dejarla sola. Por no haberse quedado con ella. Nunca olvidaría cuando, un rato después, había ido a buscarla a la sala de testigos para decirle que ya se podían marchar, y encontrarla en el suelo bañada de sangre.

El guardia que acompañaba a Esteban tomó su silbato y comenzó a dar la alarma mientras corría en busca de ayuda.

—¡María! –gritó Esteban y corrió inmediatamente a socorrerla—. ¡María! –la tomó en brazos—. ¡Dios Mío! ¿Qué sucedió?

María abrió los ojos y observó a Esteban que la miraba preocupado, abrió la boca para hablarle, pero ni una sola palabra pudo decir puesto que la sangre en la boca se lo impedía.

—¡Un doctor! –gritó Esteban con desespero—. ¡Auxilio! ¡Necesito ayuda!

Ella tosió y los ojos se le cerraron. Esteban la sacudió con desesperación.

—¡No María! –bramó—. ¡No cierres los ojos, bonita! Mírame María ¡Mírame!

Haciendo un esfuerzo sobrehumano, María lo obedeció y pudo ver las primeras lágrimas en el rostro de su amado.

—N... no... —murmuró con dificultad.

Esteban le acarició la mejilla con suavidad.

—Te vas a poner bien, mi amor –prometió—. Ya lo verás. Te vas a poner bien...

Una lágrima escapó de los ojos de María, pues sabía perfectamente que Esteban estaba mintiendo. Podía sentirlo, sentía cómo la vida la abandonaba. Desesperada ante la inminente llegada de la muerte, intentó hablarle a Esteban y decirle lo mucho que lo amaba a él y a sus hijos, pero la acción de siquiera intentar hablar demandaba un gran esfuerzo de ella y sólo pudo mover los labios mientras su propia sangre comenzaba a asfixiarla.

María hizo una mueca de dolor, sintiendo de forma simultánea que la oscuridad la llamaba seductoramente con la promesa de aliviarla por fin de todo aquel dolor.

Más Allá De La MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora