Capítulo 29: Usurpadora.

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Después de lo sucedido en el despacho, Esteban y María procuraron ser mucho más cuidadosos cada vez que estaban a solas. Habían empezado a mantener cierta distancia durante el día, así que las noches se convirtieron en el único momento en que podían ser ellos y dar rienda suelta a su amor. María amaba poder dormir en su antigua habitación, pero sobre todo amaba despertar entre los brazos de Esteban.

Aquella noche, Esteban se había tenido que ir a una reunión con Gerardo Salgado donde por fin afinarían detalles sobre la negociación de la franquicia que llevaban semanas preparando. Victoria intentó quedarse en la mansión hasta que volviera Esteban, pero María insistió en que se fuera a descansar al departamento pues sabía que Esteban volvería tarde. Además, le recordó que no había nada de qué preocuparse pues Alba ya no era su sospechosa. Victoria había dudado, pero finalmente había cedido y se había marchado.

María fue a ver a cada uno de sus hijos para verificar que todo estaba bien y luego se fue a la habitación de Renata. Se quitó las gafas y las lentillas, enseguida fue hacia la pequeña caja fuerte que había dentro de su armario y sacó los documentos que Arturo le había dado hacía varias semanas y que comprobaban el robo a las empresas. Sabía que Esteban volvería tarde, así que María se dispuso a estudiar nuevamente aquellos documentos por si lograba ver algo nuevo que se le hubiera pasado por alto.

Estuvo un buen rato leyendo los documentos, hasta que sus ojos comenzaron a pesarle. Suspiró con cansancio y se puso de pie para guardar los documentos en la caja fuerte. Los guardó con cuidado y cambió la clave de la caja, como solía hacerlo cada día. Lanzó un bostezo y tuvo la intención de meterse a la cama, pero de pronto se escuchó el llanto atronador de Ángel a través del intercomunicador para bebés.

—Ya voy, ya voy —resopló con agotamiento y fue a ver a Ángel—. ¿Me llamabas? —inquirió suavemente al verlo.

Él hizo un puchero al verla y María sonrió antes de hacerse cargo de él. Le revisó y cambió el pañal con maestría.

—Listo, jovencito —le sonrió—. Ahora sí ¿vamos a dormir?

Ángel sonrió y estiró los brazos hacia su madre. María lo tomó en brazos, tomó el biberón del niño y lo llevó consigo a su propia habitación. Lo metió a la cama, se acostó a su lado y los arropó a los dos. Ángel tomó el biberón que su madre le dio y ella se le quedó mirando embelesada hasta que, en cuestión de minutos, María se quedó profundamente dormida.

Más tarde, entre sueños, María quiso abrazar a Ángel, pero sus manos sólo palparon la cama vacía. Abrió los ojos con brusquedad y vio con horror que Ángel no estaba a su lado.

Salió apresurada de la cama y corrió a la habitación de Ángel, pero estaba vacía.

«¡Esteban!»

María de inmediato corrió a la habitación de Esteban y observó que las luces estaban encendidas, además el saco de Esteban estaba al pie de la cama lo cual era señal de que él había vuelto a casa. María salió presurosa de la habitación y bajó a la sala, al despacho y al salón, pero no encontró a nadie, finalmente llegó a la cocina y suspiró al ver a Esteban de pie preparando un par de sándwiches y a Ángel dentro de su sillita para bebés.

—¡Ay, por Dios! —exclamó ella con evidente alivio—. Aquí están...

Esteban sonrió, consciente del susto que se habría llevado ella al despertar y no ver a Ángel a su lado.

—No podíamos dormir y después nos dio hambre ¿Verdad, campeón? —inquirió al ver a Ángel.

Ángel se llevó el puño a la boca con alegría y María inhaló aire profundamente tratando de serenarse.

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