Capítulo 24: Sin salida.

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Las palabras de María sólo confirmaban lo que Esteban ya había sospechado, pero que no se había atrevido a decir en voz alta. Aun así, escucharlas fue como recibir un fuerte golpe en el estómago.

—Es enfermizo —susurró él con evidente asco—. Es algo que me repugna, que me, que me... ¡Que me horroriza!

María lo miró con preocupación y se acercó a él.

—Tú no tienes la culpa de nada —aseguró ella y le acarició la mejilla para hacer que la viera a los ojos—. La que está mal es ella, no tú.

Él la miró con suplicio.

—Pero ¿Cómo puede sentir algo así? —inquirió sintiendo nauseas—. Es como mi madre, ¡Me crío desde que era un niño, por Dios!

—Lo sé —respondió María con entendimiento—. Sé que debe ser difícil para ti...

La mirada de Esteban brilló llena de un sinfín de emociones.

—¿Difícil? —la interrumpió con incredulidad.

Ella tragó saliva.

—Esteban...

Él comenzó a andar de un lado a otro, fuera de quicio.

—¡Es una completa barbaridad! —aseguró y enseguida miró a María con atención—. Tú lo sabías ¿verdad?

María se mordió el labio inferior y asintió.

—Empecé a sospecharlo al poco tiempo de habernos casado —confió.

Esteban la miró como si no pudiera creerlo.

—¡¿Y nunca me lo dijiste?!

María lo miró a la defensiva.

—¿Y qué te podía decir yo? —se defendió—. ¿Cómo iba a decirte una aberración cómo ésta? —inquirió—. ¡Por Dios, Esteban! Si lo hubiera hecho, ¿De verdad crees que me hubieras creído en esos momentos? —indagó y de inmediato se respondió a sí misma—. Yo creo que no ¿o me equivoco? —espetó con acidez e ironía. Esteban apretó la mandíbula con fuerza, sabiendo que ella tenía razón—. Después de todo, Alba es tu tía ¡Tu tía! Y si ahora, que tú mismo descubriste lo que ella en realidad siente por ti y aun así no puedes creerlo ¿De verdad me habrías creído a mí en ese entonces?

Esteban tuvo que admitir ante sí mismo que María tenía razón: nunca le hubiera creído y ni siquiera quería creerlo en esos momentos todavía. Soltó una profunda exhalación y se dejó caer en uno de los sofás con pesadez. Colocó los codos en sus piernas y apoyó el rostro sobre sus manos.

—¿Y ahora qué voy a hacer? —gimió con evidente abatimiento.

María tomó asiento a su lado y suspiró.

—La pregunta sería: ¿Qué quieres hacer? —recalcó ella con suavidad—. Entiendo cómo debes estarte sintiendo ahora mismo —aseguró—. Yo misma no lo puedo creer aún, pero... Te apoyo en todo lo que decidas hacer —aseguró y posó su mano sobre la espalda de Esteban—. Te apoyo en todo. Siempre.

Esteban levantó su rostro y miró a María. La mujer de su vida. María era su ancla, su vida, su todo.

—¿Cómo se supone que voy a volver a la mansión? —inquirió—. ¿Cómo se supone que volveré a verla a los ojos y fingir que no sé lo que oculta?

María suspiró.

—De la misma manera en que has fingido mi muerte durante tanto tiempo —aseguró.

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Horas más tarde, cuando Esteban volvió a la Mansión en compañía de Victoria, María se quedó a solas en el departamento. Pero se sentía intranquila y sumamente preocupada por Esteban. Él había dicho que procuraría olvidarse de lo sucedido y actuaría como si nada, pero María sabía que eso sería imposible. Además, conocía demasiado bien a Esteban y sabía que él se sentía herido, horrorizado y perdido con la situación. Sabía que en Esteban habitaba el agradecimiento que sentía por su tía Alba al haberlo cuidado desde niño cuando perdió a sus padres, pero ahora también habitaba en él el repudio por el amor insano que su tía sentía hacia él. María sabía que sería cuestión de tiempo para que Esteban explotara y se viera afectado por la situación.

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