Capítulo 14: Mamá.

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Esteban rodó una vez más en aquella enorme cama y gimió con exasperación. No podía dormir. Llevaba horas tratando de conciliar el sueño, sin éxito alguno. Se llevó las manos al rostro y supo que era estúpido seguir en la cama dando vueltas. Se levantó de la cama con cierta pesadez y se dispuso a mirar el cielo estrellado a través de la ventana de su habitación. Sonrió suavemente al ver que había luna llena e irremediablemente a su mente llegó el recuerdo de su primera noche al lado de María, justo después de su boda en su luna de miel...

*-*-*-*-*

Habían ido al caribe y, una vez en el hotel, de noche María había salido al balcón para mirar el cielo nocturno y la hermosa luna llena. Las estrellas y la luna se reflejaban sobre el manto marino casi de forma mágica. Esteban se había acercado a su mujer y la había abrazado por la cintura, mientras le susurraba al oído:

«Hasta el mar nos envidia...» —había sonreído y besado la mejilla de su mujer.

«Hasta el fin del mundo y para siempre» — había confirmado ella completamente enamorada, apoyándose en el pecho de su flamante esposo.

*-*-*-*-*

Esteban volvió a la realidad y suspiró con pesadez ante el aplastante peso de los recuerdos de una vida que parecía tan lejana. Le dio la espalda a la ventana, cerró los ojos y en su mente se visualizó la imagen de Renata...

Hacía poco más de una semana desde que Renata había llegado a la Mansión San Román y, casi desde el primer día, los niños le habían tomado mucha confianza y cariño. Estaban tan fascinados con ella como con Victoria y Esteban estaba agradecido por ello. Sus hijos parecían más alegres desde la llegada de Renata y era perceptible que la Mansión había vuelto a teñirse de alegría y de risas por doquier... Algo que no había ocurrido desde hacía mucho tiempo.

La llegada de Renata había transcurrido casi sin problemas, con excepción de un pequeño altercado en la cocina con Rebeca...

*-*-*-*-*

Esteban se encontraba en su despacho revisando unos documentos para darle continuidad a la franquicia que llevarían a cabo junto a Gerardo Salgado, cuando de pronto unos gritos lo distrajeron. Pero no eran los típicos gritos infantiles a los que estaba acostumbrado, así que se puso de pie y salió de su despacho para seguir el origen de aquellos gritos, los cuales lo condujeron hasta la cocina de la Mansión San Román.

—Tú no vas a venir aquí a cambiar nada —gritaba Rebeca con evidente molestia—. Las cosas en esta cosa se llevan de una forma y así va a seguir siempre ¡¿Entendiste?!

Renata parecía exasperada.

—Pero Rebeca...

—¡Señora Rebeca para ti! —interrumpió la mucama.

Esteban frunció el ceño.

—¿Qué demonios está pasando aquí?

Rebeca dio un, casi imperceptible, respingo y se giró hacia su patrón. Los demás empleados de cocina observaban todo desde un rincón y en completo silencio.

—Señor...

Renata también miró a Esteban.

—Buenas tardes, señor San Román —habló la niñera.

Esteban se molestó.

—¿Me quieren explicar qué sucede?

Rebeca miró con desprecio a Renata.

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