Capítulo 35: Testigo.

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Después de la bofetada de María, Servando salió corriendo detrás de ella con la intención de detenerla y tratar de obligarla a negociar con él. Sin embargo, al salir a la acera, la vio a punto de cruzar la avenida casi al mismo tiempo que una enorme camioneta aceleraba y se dirigía a alta velocidad hacia ella. Servando supo que María no tenía posibilidad alguna de cruzar la avenida pues la camioneta parecía dirigirse directamente hacia ella.

—¡María, no! —gritó Servando con angustia e hizo lo único que le dictó su instinto: correr hacia ella.

Servando vio cómo María se había quedado congelada en medio de la avenida, así que él corrió a grandes zancadas hacia ella y logró empujarla segundos antes de que el auto pudiera impactarla.

María miró con horror cómo el auto se aproximaba a alta velocidad hacia ella y un segundo después, justo cuando esperaba sentir el impacto del metal contra su cuerpo, sintió sobre su espalda dos manos que la empujaron con fuerza para sacarla del camino. María cayó de bruces y rodó contra el pavimento con un golpe fuerte y seco que le sacó el aire de los pulmones. Cerró los ojos con fuerza al sentirse sin aliento y al sentir el ardor de algunos raspones que se había producido con el golpe.

—¡Señora! ¿Está bien? —se escuchó la voz de una mujer.

María abrió los ojos y lo primero que vio fue la mirada preocupada de una joven que se inclinaba hacia ella. María se llevó una mano a la cabeza y sintió cómo todo le daba vueltas.

—Sí —murmuró María e intentó levantarse.

La joven la detuvo.

—No se mueva, está pálida —le dijo.

Entonces María escuchó el grito horrorizado de otra mujer a la distancia.

—¡Está muerto!

María se alarmó y parpadeó para alejar el mareo de sí. Pudo sentir cómo la joven a su lado se tensaba.

—¿Quién está muerto? —titubeó María con voz débil al recordar que alguien la había empujado para que el vehículo no la golpeara.

La joven la miró abrumada y no respondió. María de nuevo hizo ademán de incorporarse y en esta ocasión hizo caso omiso de las protestas de la joven.

María logró ponerse de pie y vio que no había rastro alguno de la camioneta que iba a golpearla, pero a la distancia, a unos cuantos metros, observó un oscuro bulto sobre el pavimento de la avenida. Tardó sólo unos segundos en reconocer a quién le pertenecía esa silueta.

—Servando... —espetó en voz baja y comenzó a caminar hacia él de forma inconsciente.

La joven fue detrás de María para cerciorarse de que en verdad estaba bien.

María llegó hasta donde estaba Servando y lo escuchó gemir en voz baja, del mismo modo pudo ver la enorme y oscura mancha de sangre que había debajo de su cuerpo. Lo rodeó para poder verle la cara y se sorprendió al verlo despierto, la nariz le sangraba un poco también y respiraba agitadamente.

—María... —espetó él en un murmullo lo suficientemente bajo que casi María no logró escucharlo.

Toda la ira y la rabia que había sentido María momentos atrás en el café habían desaparecido y en su lugar se habían instalado la lástima y la compasión por ese pobre hombre que, era evidente, se encontraba ante las puertas de la muerte.

A María no le gustó nada sentir compasión por ese hombre que, sin tentarse el corazón, había mentido para refundirla en la cárcel. Para separarla de Esteban. No quería sentir lástima por ese hombre al que le debía haber estado alejada de su familia durante tanto tiempo y sobre todo al que le debía todas sus penas. María quería odiarlo con todas sus fuerzas por todo lo que le había hecho, sabía que él se lo merecería... Sin embargo, no pudo. Su corazón no sabía odiar. Además, le gustase o no, acababa de salvarle la vida. A costa de la suya propia.

Más Allá De La MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora