Capítulo 34: Una sola noche.

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Servando pensaba que jamás se había encontrado ante nada tan bello como su preciosa María. En ese momento ni siquiera le importó saber por qué ella había fingido su muerte, lo único que le importaba era que volvía a tenerla delante de sí. Volver a verla, luego de haber creído que nunca volvería a hacerlo, fue algo inesperado como mágico. Había creído que la había perdido cuando escuchó la noticia de su muerte y por mucho tiempo se sintió culpable puesto que él había mentido en la corte para refundirla en la cárcel por despecho, porque ella había rechazado su amor una y mil veces. Aquella había sido la única vez en que se había sentido culpable por algo, pues Servando no era de esos hombres que solían arrepentirse de sus decisiones ni de los que se la pasaban rogándole a las personas... Pero Servando era un hombre completamente distinto cuando se trataba de María. Su amada María.

La observó detenidamente y constató maravillado lo hermosa que seguía siendo. Claro que en cuatro años había cambiado, pero dichos cambios sólo la hacían más bella... Más mujer. Servando se sintió sorprendido al verse azotado por una oleada de deseo por ella. Un deseo que había creído extinto luego de creerla muerta. Pero no. Ese deseo seguía latente y era más fuerte que nunca. Se permitió verla atentamente, disfrutando del hecho de volver a verla y poder admirar su belleza una vez más.

Mientras tanto, Demetrio comenzó a negar con la cabeza con espanto y se puso de pie con brusquedad mientras daba un par de pasos hacia atrás, casi como si quisiese poner la mayor distancia con María.

—Pero.... Pero... —balbuceaba con horror—. ¡Tú estás muerta! ¡Muerta!

María rio con evidente gozo al ver la reacción de Demetrio y también las caras pálidas y llenas de estupefacción de los demás.

—¿De verdad, Demetrio? —inquirió María con sarcástica diversión—. ¿De verdad te parece que estoy muerta? —preguntó mientras enarcaba una ceja.

Bruno comenzó a hiperventilar.

—Pero... ¿Cómo es posible?

La mirada de María se endureció.

—No pienso darles explicaciones —espetó con dureza—. Lo único importante que deben saber es que estoy viva y estoy aquí para evitar que le quiten su patrimonio a mi familia.

Servando salió de su estúpida ensoñación al escuchar aquellas palabras y al comprender que ella estaba ahí para proteger a Esteban. Siempre Esteban. Una fiera rabia y unos incontrolables celos se apoderaron de él, negó con la cabeza y golpeó con los puños el escritorio mientras su mirada refulgía de furia.

—¡No tienes ningún derecho a estar aquí! —bramó al mirarla.

María soltó una risa llena de sarcasmo y lo fulminó con la mirada.

—Te equivocas, Servando —contradijo—. Tengo todo el derecho del mundo.

Servando le sostuvo la mirada a María.

—Estás muerta para todos, que no se te olvide.

María mantuvo una sonrisa ácida en sus labios.

—Te vuelves a equivocar, Servando —espetó con suavidad—. María Fernández Acuña de San Román está muerta para todos ustedes —admitió—. Pero no para la ley —afirmó y elevó el mentón en señal de poderío—. ¡Para la ley María Fernández Acuña de San Román sigue muy viva y sigue teniendo derechos!

Bruno la miró con desprecio.

—¿Qué derechos podría tener una asesina como tú? —inquirió.

María no se dejó amilanar con el insulto.

—No soy ninguna asesina, Bruno —contradijo ella—. Te recuerdo que mi inocencia fue demostrada.

—¡Porque Esteban sobornó a las autoridades! —bramó Demetrio con ira.

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