Capítulo 32: Reunidos.

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—¡Luciano!

Luciano se giró al escuchar la dulce voz de su hermana y sonrió con evidente emoción al volver a verla luego de más de dos años de ausencia.

—¡Victoria! —exclamó y soltó su equipaje de mano para ir al encuentro de su hermana.

Ambos se fundieron en un fuerte abrazo tal y como habían anhelado hacer durante largo tiempo.

—No sabes cuánto te extrañé, hermanito —suspiró ella con emoción y alegría.

Él suspiró y la besó en la sien.

—Lo sé, hermanita —sonrió sin dejar de abrazarla con fuerza—. No sabes cuanta falta me has hecho.

Ella rio y se apartó para mirarlo a los ojos.

—¿Todo bien en casa?

Él asintió.

—Estupendamente bien igual que un reloj, como a ti te gusta —le confirmó.

Victoria rio complacida.

Un ligero carraspeo se escuchó y Victoria se giró.

—Perdón —se sonrojó al ver a un sonriente Arturo.

Luciano miró a Arturo y sonrió al ver a su viejo amigo. Ambos se estrecharon las manos y se abrazaron con la misma efusividad.

—¡Qué alegría verte, hombre! —exclamó Luciano mientras le palmeaba la espalda.

—Lo mismo digo, Luciano —respondió Arturo con una sonrisa.

Victoria sonrió al ver cómo su novio y su hermano parecían llevarse tan bien. Quizá producto de la comunicación constante en los últimos años.

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María se permitió desahogarse entre los brazos de su marido durante unos largos segundos, pero de pronto se apartó.

—¡Héctor! —exclamó María y se dispuso a salir de la habitación—. Tengo que ir a hablar con él...

Esteban la detuvo con suavidad.

—Ya está dormido, María —le murmuró y la besó en la frente—. Mañana hablaremos con nuestro hijo ¿de acuerdo?

Ella jadeó y de nuevo se refugió entre los brazos de su marido. Esteban le besó con suavidad la frente y, mientras esperaba pacientemente a que su llanto fuera menguando poco a poco, la cargó en volandas y se dirigió hacia la misma butaca donde había estado sentado momentos antes mientras la esperaba. Tomó asiento en la butaca y colocó a María sobre su regazo, igual que una niña pequeña mientras ella se refugió en sus brazos y buscó consuelo en su pecho masculino.

—No lo entiendo, Esteban —gimoteó María, sin poder controlar el llanto—. ¿Cómo estaba Estrella tan segura de que yo soy su madre? —inquirió con desconcierto, mientras se limpiaba las lágrimas de las mejillas—. Sé que Carmela le dijo esa historia sobre los ángeles para consolarla, pero ¿Cómo sabía que era precisamente yo?

Esteban sonrió.

—Me declaro culpable —declaró con suavidad.

María lo miró con ojos llorosos.

—¿Por qué?

Esteban suspiró y le contó sobre aquella noche donde le había mostrado una foto suya a Estrella. María se sorprendió.

—Por eso tuve miedo cuando llegaste aquí fingiendo ser Renata —confesó Esteban—. Temía que Estrella te reconociera —admitió—. Y creo que lo hizo, aunque no fuera consciente de ello ¿Recuerdas que no dejaba de mirarte ese día?

Más Allá De La MuerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora