Capítulo 17: La gran partida.

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La vida de Esteban San Román se había convertido en una gran farsa después del primer viaje a Aruba, hacía cuatro años, y el cual casi había arruinado su vida por completo. Eso todos lo sabían. Sin embargo, lo que no sabían era que Esteban llevaba dos años jugando una gran partida de ajedrez de forma meticulosa. Llevaba dos años viviendo un infierno del cual, hasta hacía muy poco, no sabía con exactitud si lograría salir de él algún día...

Cuando María fue condenada a cadena perpetua, Esteban se sintió sumergido en una vorágine de dolor al saber que su mujer no podría volver a casa nunca. Había quedado tan devastado que su mente se nubló ante la imposibilidad de tener que vivir sin ella y sus "amigos" y sus tías se habían aprovechado de ello. Esteban no justificaba sus actos, pero había permitido que sus amigos y sus tías le metieran ideas en la cabeza, había permitido que le hicieran dudar de María, de su amor, de su inocencia. Había permitido que le convencieran de iniciar con los trámites de divorcio y abandonarla en aquella prisión lejana... Incluso había permitido que su tía Alba reemplazara la imagen de su esposa ante sus pequeños hijos.

Esteban había vuelto a México después del juicio y había tratado de continuar su vida sin ella... Pero simplemente le fue imposible. Siempre que aparentaba que su vida seguía como si nada, se sentía igual que un reverendo payaso pues sabía que era solo una farsa y se sentía culpable al pensar en ¿Cómo había pensado siquiera que podría hacer algo semejante? El dolor que había sentido ante la desdicha de saber que había perdido a María lo había afectado como ninguna otra cosa lo había afectado antes. Ni siquiera la ausencia de sus propios padres lo había afectado así. Además, Esteban tenía un hijo pequeño que no dejaba de preguntar noche y día por su madre, y ¿Cómo decirle a un niño de cinco años que su madre no volvería nunca? Esteban agradecía que Estrella (entonces de poco más de dos años de edad) no fuera consciente aun de la situación. Luego, cuando llegaron los papeles definitivos de divorcio para que los firmara... Esteban no tuvo valor para hacerlo y simplemente lo postergó. Aunque, para todos los demás, había tenido que fingir que sí los había firmado para evitar tener que dar explicaciones.

Esteban se había convertido en un autómata para poder hacer soportable la situación y todo pareció funcionar durante unos meses, pero, cuando la neblina de su mente se fue atenuando, el recuerdo de María comenzó a atormentarlo día y noche, de igual forma inesperada también comenzaron a atormentarlo las sombras de la duda. La duda de saber si María era realmente culpable... o no. Esteban se trataba de convencer todos los días de que María era culpable, que ella había matado a Patricia a sangre fría y por eso el jurado la había condenado, pero al mismo tiempo en su interior algo le gritaba que estaba equivocado y que María era inocente. Esa duda no lo dejaba en paz durante el día y por las noches no le permitía conciliar el sueño. Pero ni siquiera en sueños se salvaba de su tormento, pues en las pocas veces en que lograba conciliar el sueño siempre terminaba reviviendo el juicio de María una y otra vez. Volvía a rememorar una y otra vez a todos los testigos gritarle a María:

«¡Asesina! ¡Tú mataste a Patricia y debes pagar por tu crimen!»

En esos mismos sueños lograba ver a María llorando con desesperación mientras negaba cada una de aquellas acusaciones.

«¡No! ¡Yo no la maté, yo soy inocente! Esteban ¡Tienes que creerme!... Te lo juro por nuestros hijos, mi amor ¡Yo no maté a Patricia!»

Esteban despertaba sobresaltado, con la respiración agitada y bañado en sudor mientras en su cabeza no dejaban de resonar los sollozos desesperados de María.

«Te lo juro por nuestros hijos, mi amor...» -le había dicho ella en prisión, pero él había estado tan sumergido en su propio dolor que la había oído sin escucharla realmente... Hasta ese momento.

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