Capítulo 26: Hogar, ¿dulce? hogar.

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María pasó gran parte del día estudiando hasta el más mínimo detalle del perfil curricular de Renata, no quería que por un descuido suyo la descubrieran. De igual forma, Victoria y ella crearon una "historia" sobre la vida personal de Renata digna para un Oscar. Inventaron familia, amigos, gustos, hobbies y demás cosas para Renata. Crearon una personalidad completamente nueva que pudiera diferenciarse de la de María.

—Traje una peluca para tu personaje —sonrió Victoria y rebuscó dentro de una de las bolsas que había traído del centro comercial.

María soltó una carcajada al ver la peluca rubia. La sonrisa de Victoria se hizo aún más ancha al ver que el humor de María había mejorado considerablemente en las últimas horas y eso le hizo saber que probablemente estaba haciendo lo correcto al ayudarla a volver a casa.

—No pienso usar esa cosa —se quejó María con diversión.

Victoria se puso la peluca.

—¿Por qué no? —inquirió y "modeló" la melena—. Está genial.

María volvió a reír. Victoria se quitó la peluca y sacó más artilugios.

—Renata se me hace un poco una chica remilgada y estudiosa —espetó Victoria—. Seguro que usaría lentes ¿no crees? —inquirió sonriente mientras le mostraba unos.

La mirada de María brilló.

—Pienso lo mismo —sonrió.

Victoria le mostró una caja pequeña.

—¿Pupilentes?

María rio.

—¿Azules?

—Dorados —respondió Victoria y se los mostró. Luego sacó una caja pequeña de la bolsa y se la tendió a María—. También vas a necesitar un celular, así podremos estar comunicadas en cualquier momento por las noches. Llámame si necesitas hacerlo. No importa la hora o el motivo, yo siempre estaré ahí para ti ¿de acuerdo?

María aceptó la caja y asintió conmovida al ver que Victoria estaba preocupada por ella.

—De acuerdo —espetó María mientras daba gracias a la vida por tener a una buena amiga como Victoria.

En ese preciso momento comenzó a sonar el teléfono de Victoria.

—Es Esteban —gimió y miró a María. Acto seguido respondió la llamada—. Hola, extraño —saludó ella.

Esteban sonrió divertido.

—Hola, doctora ¿Cómo le fue con las niñeras? —inquirió—. ¿Dieron problemas?

Victoria rio con cierto nerviosismo.

—Para nada —aseguró—. De hecho, encontré a la niñera perfecta para los niños —aseguró y enarcó una ceja mientras miraba fijamente a María.

María sonrió divertida.

—¿De verdad? —preguntó Esteban un poco sorprendido y maravillado.

—Por supuesto —afirmó Victoria—. Tiene un currículum impecable, tiene la disposición de alojarse en la mansión y es muy simpática y amable —aseguró mientras veía como María reía en silencio—. Estoy segura de que a los niños les va a caer muy bien. Firmó el contrato y mañana a primera hora se va a presentar en la mansión.

Esteban sonrió, ajeno a lo que sucedía al otro lado del teléfono.

—No sabes cuánto te agradezco que me hayas ayudado con esto, Victoria —dijo con sinceridad.

Victoria sonrió con cierta culpa.

—No tienes que agradecerme nada, Esteban. Lo hice con mucho gusto —aseguró, consciente de que Esteban probablemente no pensaría lo mismo al día siguiente—. Y a ti ¿Cómo te fue?

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