Capítulo 5: Victoria.

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Demetrio no dejaba de caminar desesperadamente en su despacho mientras atendía una llamada muy importante.

—Es que no es posible, señor —respondió una mujer.

—¡Claro que es posible! —bramó él—. ¡Haga su trabajo!

—Lo siento, Señor Rivero —respondió ella—. Tengo órdenes expresas. Hasta luego.

El pitido del teléfono resonó como un eco sentenciador en los oídos de Demetrio. Detuvo su andar y furioso lanzó el teléfono contra el suelo y éste se rompió en mil pedazos.

—¿Estás loco? —inquirió Daniela al ingresar al despacho.

Demetrio la miró con un destello de paranoia en la mirada.

—¡La estúpida mujer no quiso comunicarme con el gerente del banco! —espetó él con furia.

Daniela se mordió el labio inferior con preocupación.

—¿Ahora qué vamos a hacer? —quiso saber con preocupación—. Necesitamos el dinero, Demetrio —le recordó con más aprehensión—. Ayer llamaron del internado de Ana Rosa y están pidiendo con urgencia el pago de la colegiatura, además...

—¡Ya cállate, carajo! —la interrumpió él al sentirse agobiado y reanudó su andar desesperado—. Ya se me va a ocurrir algo —prometió.

A Daniela se le ocurrió una idea.

—¿Y si vas a hablar con Esteban? —sugirió.

Su marido la miró como si se hubiese vuelto loca.

—¿Para qué? ¡Nos prohibió siquiera acércanos a las Empresas San Román! —espetó con voz ofendida.

—Pero no a su casa... ¿o sí? —espetó Daniela y enarcó una ceja—. Una cosa es el trabajo y otra muy distinta la amistad.

Demetrio se detuvo y miró a su esposa al darse cuenta de que ella tenía razón. Ahora la pregunta no era ¿Qué iba a hacer? Sino ¿Esteban lo recibiría?

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Decir que las cosas estaban mucho más calmadas en casa de Bruno sería mentir, al menos por parte de Fabiola quien también ya estaba enterada de lo sucedido y estaba furiosa. Sin embargo, Bruno actuaba como si nada de aquello le preocupara.

—¡No puedo creer que hayas podido ser tan imbécil! —exclamó una furiosa Fabiola mientras observaba con desdén a su marido, que la observaba desde la comodidad del sofá en la sala de su casa.

Bruno le dio una larga calada a su puro y le devolvió la mirada venenosa a su esposa.

—Es mejor que cuides tu lengua, belleza... —espetó en tono amenazador.

Fabiola lo ignoró y comenzó a andar de un lado a otro con evidente nerviosismo.

—¡¿Cómo puedes decirme eso cuando Esteban te acaba de despedir?! —le recordó.

Él inhaló aire con profundidad mientras mantenía una aparente calma.

—Nada —respondió con simplicidad—. Porque Esteban no me despidió —enfatizó sus palabras—. Simplemente me suspendió temporalmente.

Su esposa lo miró fijamente.

—¿Cómo estás tan seguro de que es algo temporal? —inquirió con curiosidad.

Bruno sonrió con superioridad.

—Porque Esteban no va a encontrar nada, belleza —respondió seguro de sí mismo—. Absolutamente... nada.

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