Capítulo 40: Verdad absoluta.

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—Es mi tía —confirmó Esteban con la garganta seca—. ¿Dónde la encontraron? —preguntó con sequedad mientras volvía a cubrir el rostro de su tía Alba con la sábana.

Luciano miró con suma preocupación a Esteban.

— El fiscal y la policía especializada hicieron una redada en la madrugada para detener a Demetrio y... El cuerpo de tu tía estaba en casa de Demetrio —reveló, siendo testigo de cómo la sorpresa se reflejaba en el rostro de Esteban para luego ser reemplazada por el odio y la furia.

—¡Ese malnacido infeliz! —bramó Esteban furioso y deseoso de tener delante de sí a Demetrio para hacerle pagar todo lo que le había hecho a él y a su familia.

Sintiéndose lleno de ira, Esteban se giró y golpeó con su puño la puerta de un estante de metal. Aquel arranque de violencia, sorprendió un poco a Luciano pues nunca antes lo había visto así.

—Esteban, tranquilo...

Esteban se giró abruptamente y miró a Luciano fijamente, sus ojos ardiendo como dos llamas intensas llenas de rabia.

—¿Qué me calme? —inquirió con incredulidad.

Luciano asintió.

—Tienes que hacerlo.

Esteban lo miró con escepticismo.

—¡¿Cómo puedes, siquiera, decirme que me calme?! —bramó—. Ese maldito no sólo se ha metido conmigo, sino que ¡También con mi familia! —vociferó—. Y eso no lo voy a tolerar ¡De ninguna manera! En cuanto lo vea, ese maldito...

—¡Demetrio también está muerto! —soltó Luciano de golpe.

Toda la ira que pudo haber sentido Esteban en ese momento se esfumó de golpe.

—¿Qué?

Luciano asintió y en su mirada se reflejó una preocupación más profunda.

—Está muerto —repitió—. Y Daniela también —reveló—. Durante la redada, los agentes policiales encontraron los tres cadáveres en el despacho de Demetrio... No saben quién pudo haberlo hecho, pero ya están investigando.

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Victoria llegó a la mansión San Román luego de librar el pesado tráfico matutino de la ciudad y detuvo su coche de forma abrupta, provocando un fuerte chirrido de los neumáticos en el acto.

Bajó del vehículo con rapidez y ni siquiera se molestó en cerrar la puerta, de inmediato corrió a la entrada de la mansión y directamente sacó la llave que tenía. Abrió la puerta e ingresó con prisa a la mansión.

—¡María! —la llamó, pero sin obtener respuesta—. ¡Tránsito!

Victoria se percató del pulcro silencio que reinaba en la mansión y no le gustó absolutamente nada. De inmediato empezó a subir las largas escaleras, casi corriendo, rumbo a la habitación de su amiga. Cuando finalmente llegó a su destino ya jadeaba por el esfuerzo de la carrera, pero ni siquiera le importó. Abrió la puerta de la habitación de María y Esteban e ingresó de inmediato, encontrándose con una habitación vacía.

—¡María! —la llamó por décima vez y corrió al cuarto de baño para ver si su amiga se encontraba ahí.

Llamó a la puerta, sin obtener respuesta. Abrió la puerta y se encontró con que estaba vacío. Victoria jadeó al sentirse cada vez más preocupada y volvió a la habitación principal, con la intención de empezar a buscar en las habitaciones de los niños... Sin embargo, cuando se disponía a ir a la salida, algo sobre la cama llamó su atención. Se acercó rápidamente y tomó entre sus manos lo que parecía ser un pañuelo lleno de sangre fresca.

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