xv. quince

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MAREMAGNUM

⸻ capítulo quince: la lección de amren⸻

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capítulo quince: la lección de amren

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EL AIRE OLÍA A LIMÓN en la Casa del Viento.

Una nariz respingona se agitó; hubo matices cítricos, también algo similar al azúcar, y algo que Dione no pudo reconocer con su virtuoso sentido del olfato.

Echando un vistazo a sus hermanas, que todavía estaban acurrucadas en las mantas, pasó su mano sobre los cabellos revueltos de Elain antes de acercarse y cerrar la boca entreabierta de una muy profundamente dormida Nesta. Después de dos semanas durmiendo las tres en la misma cama, ya era hábito para Dione ser la primera en despertar.

Hubo alivio en su cuerpo cuando las vio dormir. Quién hubiese pensado que su sola presencia bastaba para acallar los lamentos de Elain, para frenar la magia que se apoderaba de Nesta durante cada terror nocturno invadiendo sus manos de llamas. Era incomprensible, sí, y realmente no tenía lógica alguna, pero cuando estaban junto a Dione el mundo parecía acallarse para escucharla hablar. No había Caldero ni rey de Hybern que se batiese contra la más mayor, pues estando a su lado las nieblas de sus mentes rotas se despejaban de pronto, dando paso a una claridad por la que Elain y Nesta estaban hambrientas. Famélicas.

Tras subir las cobijas calientes hasta los hombros de las dos féminas de cabellos avellana, Dione se calzó unas sandalias y tomó posesión de un vestido blanco que había en el armario de Elain antes de abandonar las cámaras y dirigirse hacia el punto donde su nariz parecía indicarle.

Bajando una escalera de caracol que nunca antes había visto, Dione dio a parar a una planta amplia, también abierta al exterior de la montaña, desde donde pudo ver y escuchar el río deslumbrante que se extendía bajo sus pies entre el pequeño conjunto de edificios que formaban la hermosa Velaris.

Ve- la- ris, repitió en su mente con un aire cantarín.

Sonaba a melodía, al nombre de alguna canción sobre luz y felicidad. El latido de su creatividad casi la hizo lanzarse en la búsqueda de un piano.

Sus pies la llevaron a un balcón a la izquierda, enredado con flores blancas y amarillas que no parecían afectadas al clima. Una vez apoyó las manos sobre la barandilla de piedra, bebió de los rayos del sol como si fuesen agua de la más pura calidad, bañándose en ella con una leve felicidad que bien podría haber derretido los restos de nieve que permanecían en las cumbres de las montañas.

Rhysand se había despertado hacía ya varias horas cuando un soplo de viento cálido le alcanzó los mechones de pelo peinándolos como una caricia. Por inercia, su cabeza se inclinó hacia esa dirección, encontrándose de pronto con una escena de lo más peculiar, digna de estudio si se le hubiese permitido el tiempo suficiente.

Crescendo Inmortal║ 𝐚𝐜𝐨𝐭𝐚𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora