Siglos han pasado tras el último contacto entre humanos y fae después de la gran guerra y el mundo se divide en tres partes.
El sur pertenece a los humanos, con sus castillos y sus frágiles poblados. Al oeste dormita Hybern, un sitio de leyendas qu...
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⸻ capítulo cuarenta y uno: diablo desconocido ⸻
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NESTA LE HABÍA tirado un filete de carne a Gus cuando una serie de pasos tras de sí la hicieron girarse.
Se encontró de golpe con su hermana mayor, la cual la observó con un deje de sorpresa antes de negar y acercarse.
-No tiene permitido estar tan cerca del campamento. -Dijo, señalando con la barbilla al zorro que ahora agitaba sus varias y enormes colas en signo de satisfacción.
-Dudo que él opine lo mismo -dijo, mirándola de reojo-. Pareces estar mejor. Elain estaba enfadada contigo.
¿Por qué? Esa era la cuestión, pero no lo formuló en voz alta.
Dione desvió la mirada y procedió a rascarle el hocico a la enorme criatura. Luego, hizo unos chasqueos con la lengua y señaló el bosque tras ellos. Obedientemente, él se marchó dejándolas a solas.
Suspiró.
-¿Sabías que Azriel era mi compañero?
-Hm -murmuró Nesta, en un intento por cubrir su sorpresa-. No se me había pasado por la cabeza.
Se detuvo, y luego añadió.
-¿Es por eso que Elain estaba enfadada?
Se había fijado en la forma en la que los ojos de su hermana se habían agrandado al regresar al campamento sujeta por los brazos fuertes del cantante de sombras. Su insistencia por agradecerle y seguirlo con la vista incluso cuando él se había alejado para ser atendido por Magda. Decidió no decir nada al respecto.
-Puede que lo supiera -dijo la mayor, encogiéndose de hombros-. Tiene visiones de futuro, no me sorprendería.
-¿Y tú? Ahora que lo sabes, ¿qué vas a hacer al respecto?
-¿Que qué voy a hacer? -Dione carcajeó-. El maldito se las arregló para ser encantador, ahora que lidie con las consecuencias.
-¿Lo quieres? -Nesta pronunció sus palabras con cuidado.
Dione se giró hacia ella, con las manos en los bolsillos del pantalón sucio que no se había cambiado. Nesta se sorprendió al no encontrar un ceño fruncido, una sola arrugita en su rostro ahora ligeramente sonriente-parecía una tonta. Costaba creer que una noche atrás le hubiese gritado con tanta saña.
