xvii. diecisiete

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MAREMAGNUM

⸻ capítulo diecisiete: un mal menor ⸻

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capítulo diecisiete: un mal menor

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LA OSCURIDAD se la tragó entera.

Dione no esperaba abrir los ojos a un entorno completamente oscuro, tan negro que ni siquiera sus ojos de fae inmortal alcanzaron a ver silueta o vestigio de algún objeto en medio de aquel lugar en el que había aterrizado, golpeándose duramente la espalda y parte del cráneo. Las alas se sacudieron por la tensión inesperada.

Con un gemido de dolor, la hermana mayor se incorporó demasiado rápido en su sitio sin tener en cuenta las consecuencias del golpe y procedió a marearse segundos después, apoyando su anatomía contra lo que pudo discernir era la superficie rugosa de algún muro toscamente hecho que le cosquilleó la piel.

El aire olía a humedad corroída, dejándole un regusto asqueroso en la boca que trató de aplanar tragando saliva. Había aroma a polvo, a cerrado, a un lugar que parecía no haber sido tocado en generaciones, dejado de la mano de los dioses, olvidado por aquellos que lo habían construido para empezar.

Dione dejó salir una tos seca que le rasgó la garganta con dureza. No recordaba haber tosido tan fuerte desde la vez en la que la casi la había atrapado un oso salvaje en las entrañas de los bosques humanos por culpa de un error de su propia mano; había corrido tanto que por poco los pulmones le habían explotado del dolor.

El eco de su propia tos le indicó que estaba en algún lugar grande, o al menos eso creyó teniendo en cuenta que cada golpe de tos había rebotado más de cinco veces después de ser liberado. Ese hecho la aterró levemente.

Al ponerse en pie, Dione notó que todavía sujetaba la espada que había visto en el cofre. La voz de Cassian tronó en sus tímpanos al instante, enviando un sentimiento de culpa al recordar el rostro severamente preocupado del general.

¿Cómo es que no lo había escuchado?

-Maldita espada. -Masculló entre dientes sin soltarla mientras apretaba la mandíbula, la oscuridad era tal que ni siquiera pudo discernir el brillo de la hoja. Pero no la dejó ir.

Al verse sumida en tal negrura, el corazón comenzó a acelerársele de manera precipitada, como una piedra cayendo a toda velocidad al vacío impulsada por la inequívoca fuerza de la gravedad.

La fémina se aferró a la espada como un salvavidas a la vez que se mantenía en completa quietud, firme en su posición mientras trataba de ubicar aunque fuera el ligerísimo rayo de algún haz de luz, lo más mínimo hubiese bastado. Pero no distinguió nada, ni una mísera silueta.

Crescendo Inmortal║ 𝐚𝐜𝐨𝐭𝐚𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora