Siglos han pasado tras el último contacto entre humanos y fae después de la gran guerra y el mundo se divide en tres partes.
El sur pertenece a los humanos, con sus castillos y sus frágiles poblados. Al oeste dormita Hybern, un sitio de leyendas qu...
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⸻ capítulo cuarenta y siete: el tratado ⸻
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NO ESTABA SEGURA de qué opinar al respecto.
Dione se miró al espejo sintiéndose ridícula.
Era realmente notable lo mal que le quedaban los cueros ilyrios después de haber sido devuelta a su estado mortal.
Ya le faltaban unos cuantos centímetros de altura, se sentía rechoncha de cintura y odiaba la forma redondeada de su cara. Dondequiera que mirase parecía encontrar fallos, y ahí donde no los encontraba siempre se las arreglaba para poner una queja que no se atrevería a pronunciar en voz alta.
Habían regresado las estrías. Ahí, por todos lados, en torno a sus pechos y el inicio de sus muslos como largas líneas plateadas que enfatizaban sus piernas repentinamente cortas. Se apretó la piel y la sacudió, se había acostumbrado demasiado a los lujos de la inmortalidad. Con un suspiro cerró los ojos.
Qué vanidoso de su parte.
Nesta entró abriendo las solapas de la tienda con bruteza y la pilló mirándose al espejo.
—No tienes que estar desnuda cada vez que entro, ¿sabes? Prepárate, nos vamos en media hora.
Dione se giró y le enseñó el dedo del medio. Nesta arrugó el ceño y le arrojó un cojín.
—Y tápate.
Elain entró seguidamente. Tenía en los brazos el abrigo grueso que Vivianne le había prestado no mucho tiempo atrás. Se quedó mirándola fijamente nada más llegar, sintió que la escaneaba de arriba a abajo— todo su cuerpo humano, toda su mortalidad. Dione intentó que no se le notase, pero hizo una pequeña carrera de vuelta a la cama con el objetivo de taparse con la sábana.
Elain le dijo:
—Te ves bien.
Bufó.
—Me veo rara —le rebatió.
—¿Por qué?
—Es difícil de explicar.
Una pausa. La mediana se aproximó.
—No te tortures, es entendible —la consoló con voz suave.
