xxiii. veintitrés

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CÁNTICO AL HADO

⸻ capítulo veintitrés: descubriéndo(se)⸻

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capítulo veintitrés: descubriéndo(se)

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EL AGUA SE había calmado de una vez por todas.

Había transcurrido un instante, un soplo en el tiempo mientras ella miraba sobre la masa líquida, encontrándose con su propio reflejo que tan fácilmente le había devuelto la mirada.

Vista así, Dione se parecía al bello Narciso. Un joven de belleza inigualable, condenado por un dios a morir por culpa de la misma, ahogado en las aguas que tanto lo habían admirado silenciosas en sus corrientes.

No obstante, ella distaba en parecerse al condenado hombre del mito.

Ella se observaba en un intento por comprenderse.

Sin cesar, Dione miraba sus propias facciones una y otra vez, y buscaba, buscaba incansable un rasgo de reconocimiento, algo que despertase la chispa de su viejo yo, que la hiciera reconocerse a sí misma por una vez desde el inicio de todo aquel sin sentido. Algo, por mínimo que resultase, que sirviese para definirse una vez más. Pero no hubo progreso.

Aunque quiso omitir la presencia, sabía bien que no estaba sola. Los peces bajo el agua, la lechuza sobre la rama, las mariposas en las flores. Todo era obra de cierta inmortal, por lo que no cabía duda de que estaba allí.

Dione se giró con desgano, buscando los ojos bicolores y la túnica azul real a la que se había acostumbrado aquellos días.

La Madre. Su madre. Le devolvió la mirada desde lo alto de una nube, escondiéndose en el instante en que fue descubierta por quinta vez esa misma mañana. Dione suspiró y rompió el reflejo pasando un dedo sobre el estanque.

-No tienes que espiarme todo el rato, ¿sabes? -Habló la Archeron, recogiéndose las rodillas y tomando asiento al borde del estanque. La brisa aquietándose le indicó que la diosa había escuchado alto y claro-. Te lo he dicho.

Un susurro de las hojas. Luego estaba allí. Sus pasos fueron suaves sobre la hierba al acercarse. El rastro blanco como la nieve no tardó en aparecer.

-Me disculpo -habló la diosa, todo lo estoica que pudo-. ¿Te molesta?

Dione suspiró.

-Un poco -reveló. La Madre asintió y procedió a retirarse, Dione no vio su mueca triste-. Pero ya que estás aquí... puedes hacerme compañía.

Nunca antes la diosa se había sentado tan rápido. Igual de rauda que un águila, la hermosa mujer de cabellos plata tomó asiento junto a la otra de cabellos oscuros, su tez brillante envió puntos de luz hacia el entorno, igual que rayos de sol.

La joven fae parpadeó.

-¿Eres...? -comenzó, y luego se corrigió a sí misma, incapaz de saber cómo hablar. ¿Cómo se dirigía uno a una diosa?- No he podido evitar fijarme en que todo lo que haces, por mínimo, se refleja en la naturaleza.

Crescendo Inmortal║ 𝐚𝐜𝐨𝐭𝐚𝐫Donde viven las historias. Descúbrelo ahora