Siglos han pasado tras el último contacto entre humanos y fae después de la gran guerra y el mundo se divide en tres partes.
El sur pertenece a los humanos, con sus castillos y sus frágiles poblados. Al oeste dormita Hybern, un sitio de leyendas qu...
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⸻ capítulo treinta y ocho: sin tiempo ⸻
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LOS SOLDADOS DE Hybern fueron más rápidos de lo que Dione había anticipado.
Sus armaduras resonaban como clavos cayendo al suelo en una fortaleza de hielo, eran implacables, afilados, y los habían descubierto antes de lo previsto.
El viento se había dividido. Susurraba al oído de Dione, advirtiéndole del peligro, pero también, y a petición de la misma, había acudido hacia el este, donde sus hermanas y Azriel habían escapado hacia un acantilado. El mar.
Ella no encontró la misma suerte.
-¿Cuánto tiempo?
"Poco"
El viento la apremió.
-¡Vamos, vamos, vamos! -exclamó al final del grupo de mujeres y niños. Se quedó atrás por un momento-. ¡Seguid!
Sus manos se calentaron cuando las unió y convocó a la tierra. Cerró los ojos, se concentró.
Un enorme muro de barro endurecido y raíces se alzó emitiendo un terrible crujido que partió la noche en dos. Crac, crac, crac, la muralla creció como un bloque de oscuridad húmeda. Frenando el avance de los soldados mientras ellos seguían huyendo. Bastaría; por ahora.
Dione tomó una bocanada de aire y trató de concentrarse en el trecho de camino que quedaba al frente. Estaba agotada.
Sin detenerse a mirar atrás y escuchar a los soldados toparse contra su creación, la joven Archeron corrió hasta ponerse a la altura del grupo que escoltaba. Su velocidad y sentidos afinados la guiaron fácilmente, permitiéndole encontrarlos mucho antes de lo que un humano promedio hubiese podido.
-¿Nos han encontrado? -le preguntó una joven muchacha de ojos azules repletos de lágrimas. Su respiración acelerada revelaba su cansancio-. ¿Nos matarán?
-No lo permitiré.
Dione no sabía dejar de prometer.
Siguió corriendo sin cesar, ignorando el amenazante sonido de los perros rabiosos que arañaban el muro tratando de hacer un hueco en medio. Su ventaja solo era temporal, y menos de lo que ella esperaba.
Se dispuso en la parte trasera del grupo, Indira corría con su hijo en brazos. Sus piernas desacostumbradas al ejercicio después de tanto tiempo aprisionada no le permitían avanzar con rapidez- eso, sumado al peso del bebé sobre su pecho, dificultaba toda actividad física. Dione lo notó.
