IV

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 A


Aquellos que quieran tener una idea exacta de la batalla de Waterloo no tienen más que imaginarse, pintada en el suelo, una A mayúscula. El palo izquierdo de la A es el camino de Nivelles, el palo derecho es el camino de Genappe; el palo transversal de la A es el camino bajo de Ohain a Braine-l'Alleud. El vértice de la A es Mont-Saint-Jean, allí está Wellington; la punta izquierda inferior es Hougomont, allí está Reille con Jerónimo Bonaparte; la punta derecha inferior es la Belle-Alliance, allí está Napoleón. Un poco más abajo del punto donde el palo transversal de la A encuentra y corta el palo derecho, está la Haie-Sainte. En medio de este palo transversal está precisamente el punto donde se dijo la palabra final de la batalla. Allí se ha colocado el león, símbolo involuntario del supremo heroísmo de la Guardia Imperial.

El triángulo comprendido entre los dos palos inclinados y el palo transversal es la llanura de Mont-Saint-Jean. La disputa de esta llanura fue toda la batalla.

Las alas de los dos ejércitos se extienden a derecha y a izquierda de los dos caminos de Genappe y de Nivelles; d'Erlon haciendo frente a Picton, Raille haciendo frente a Hill.

Detrás del vértice de la A, detrás de la llanura de Mont-Saint-Jean, está el bosque de Soignes.

En cuanto a la llanura en sí misma, imagínese un vasto terreno ondulado; cada pliegue domina al que le sigue, y todas las ondulaciones suben hasta Mont-Saint-Jean, y van a dar al bosque.

Dos tropas enemigas en un campo de batalla son dos luchadores. Es una lucha a brazo partido. Cada una de ellas procura hacer caer a la otra. Ambas se agarran a todo lo que encuentran; un matorral es un punto de apoyo; una esquina en un muro es un punto de defensa; un regimiento retrocede, a veces, por falta de un punto de resguardo cualquiera; el declive de una llanura, un movimiento de terreno, un sendero transversal a propósito, un bosque, un barranco, pueden detener a ese coloso que se llama ejército, e impedirle retroceder. El que sale del campo es derrotado. De ahí la necesidad, para el jefe responsable, de hacer examinar hasta la menor espesura de árboles y considerar el menor relieve.

Los dos generales habían estudiado atentamente la llanura de Mont-Saint-Jean, llamada hoy llanura de Waterloo. Desde el año anterior, Wellington, con una sagacidad previsora, la había examinado como para el caso de una gran batalla. Sobre este terreno y para este duelo, el 18 de junio, Wellington tenía la ventaja y Napoleón la desventaja. El ejército inglés estaba situado en una altura, y el ejército francés estaba abajo.

Esbozar aquí el aspecto de Napoleón a caballo, con su anteojo en la mano, en las alturas de Rossomme, en el alba del 18 de junio de 1815, nos parece innecesario. Antes de retratarle, todo el mundo lo ha visto ya. El perfil sereno bajo el pequeño sombrero de la escuela de Brienne, el uniforme verde con las vueltas blancas ocultando la placa, la levita ancha escondiendo las charreteras, el extremo del cordón rojo bajo el chaleco, el calzón de piel, el caballo blanco con su gualdrapa de terciopelo púrpura mostrando las N coronadas y las águilas, las botas de montar sobre medias de seda, las espuelas de plata, la espada de Marengo, toda la figura del último César está presente en todas las imaginaciones, aclamada por unos, mirada severamente por otros.

Esta figura ha permanecido mucho tiempo en todo el apogeo de su brillo; consiste esto en cierto oscurecimiento legendario que la mayoría de los héroes desprenden en torno suyo y que vela siempre la verdad por más o menos tiempo; pero hoy la historia y la luz se han hecho patentes.

Esta claridad, la historia, es implacable; tiene de extraño y de divino el que, por mucha luz que arroje, y precisamente porque es luz, suele poner sombras allí donde había claridad; del mismo hombre hace dos fantasmas distintos, y el uno ataca al otro, haciéndole justicia, y las tinieblas del déspota luchan con el brillo del capitán. De ahí una medida más verdadera en la apreciación definitiva de los pueblos. Babilonia violada disminuye a Alejandro; Roma encadenada disminuye a César; Jerusalén sacrificada disminuye a Tito. La tiranía sigue al tirano. Es una desgracia para un hombre el dejar tras de sí la sombra que tiene su forma.

Los Miserables II: CosetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora