IV

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 LAS OBSERVACIONES DE LA INQUILINAPRINCIPAL


Jean Valjean tenía la prudente costumbre de no salir nunca de día. Todas las tardes, al oscurecer, se paseaba durante una hora o dos, unas veces solo, a menudo con Cosette, buscando los lugares más apartados del bulevar, o entrando en las iglesias a la caída de la noche. Iba con mucho gusto a Saint-Médard, que es la iglesia más próxima. Cuando no llevaba a Cosette consigo, ella se quedaba con la vieja; pero era la alegría de la niña el salir con el hombre. Incluso prefería una hora junto a él a todas las conversaciones con Catherine. Jean Valjean la llevaba de la mano, y diciéndole cosas amables.

Así es que Cosette estaba muy alegre.

La vieja cuidaba de la casa y de la cocina, e iba a la compra.

Vivían sobriamente, disponiendo siempre de un poco de fuego, pero como personas muy necesitadas. Jean Valjean no había cambiado en nada el mobiliario de los primeros días; únicamente había hecho reemplazar la puerta vidriera del gabinete de Cosette por otra de madera.

Continuaba llevando su levita amarilla, su calzón negro y su viejo sombrero. En la calle le tomaban por un pobre. Sucedía a veces que algunas mujeres caritativas se volvían y le daban un sueldo. Jean Valjean tomaba el sueldo y saludaba profundamente. A veces sucedía también que encontraba a algún mendigo pidiendo limosna, entonces miraba hacia atrás para no ser visto y acercándose furtivamente al desgraciado le ponía en la mano una moneda, a menudo de plata, y se alejaba rápidamente. Esto tenía sus inconvenientes. En el barrio se le empezaba a conocer por «el mendigo que da limosna».

La inquilina principal, vieja ceñuda, y que miraba al prójimo con la atención de los envidiosos, examinaba mucho a Jean Valjean sin que él lo sospechara. Era un poco sorda, lo cual la hacía habladora. De su pasado le quedaban dos dientes, uno arriba y otro abajo, los cuales golpeaban uno contra otro. Había hecho preguntas a Cosette, la cual no sabiendo nada, no había podido decir nada, sino que venía de Montfermeil. Una mañana la vieja, que estaba acechando, descubrió a Jean Valjean entrando en una de las habitaciones deshabitadas de la casa, con un aire que a ella le pareció singular. Le siguió con pasos de gata vieja, y pudo observarle sin ser vista, por las rendijas de la puerta. Jean Valjean, sin duda para mayor precaución, estaba vuelto de espaldas a esta puerta. La vieja le vio buscar en el bolsillo y coger un estuche, unas tijeras e hilo, luego se puso a descoser el forro de uno de los faldones de su levita y sacó de allí un pedazo de papel amarillento que desplegó. La vieja observó con asombro que era un billete de mil francos. Era el segundo o el tercero que veía desde que estaba en el mundo. Echó a correr asustada.

Un momento más tarde, Jean Valjean la abordó y le rogó que fuera a cambiar el billete de mil francos, añadiendo que era el semestre de su renta que había cobrado la víspera. «¿Dónde?», pensó la vieja. No salió hasta las seis de la tarde, y la caja del Gobierno no estaba abierta a esa hora. La vieja fue a cambiar el billete e hizo sus conjeturas. Ese billete de mil francos, comentado y multiplicado, produjo una gran cantidad de conversaciones y de exclamaciones entre las comadres de la calle de Vignes-Saint-Marcel.

En uno de los días siguientes, sucedió que Jean Valjean, en mangas de camisa, se puso a serrar madera en el corredor. La vieja estaba arreglando su habitación. Estaba sola, pues Cosette estaba ocupada en admirar la madera que aserraba Jean Valjean; la vieja vio la levita colgada en un clavo, y la escudriñó: el forro había sido recosido. La buena mujer palpó atentamente, y creyó notar entre el forro y el paño, como papeles doblados. ¡Sin duda, otros billetes de mil francos!

Notó, además, que había otras clases de cosas en los bolsillos, no solamente las agujas, las tijeras y el hilo que había visto, sino una gran cartera, un cuchillo y, detalle sospechoso, muchas pelucas de colores variados. Cada bolsillo de aquella levita parecía contener distintos objetos para acontecimientos imprevistos.

Los habitantes de la casa llegaron así a los últimos días del invierno.

Los Miserables II: CosetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora