XVII

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 ¿FUE BUENO EL RESULTADO DE WATERLOO? 


Existe una escuela liberal, muy respetable, que no odia Waterloo. Nosotros no pertenecemos a ella. Para nosotros, Waterloo no es más que la fecha estupefacta de la libertad. Que tal águila haya salido de tal huevo, esto es ciertamente lo inesperado.

Waterloo, si se lo considera desde el punto de vista culminante de la cuestión, es intencionalmente una victoria contrarrevolucionaria. Es Europa contra Francia, es Petersburgo, Berlín y Viena contra París, es el statu quo contra la iniciativa, es el 14 de julio de 1789 atacado a través del 29 de marzo de 1815, es el zafarrancho de las monarquías contra el indomable motín francés. Apagar de una vez el volcán de este vasto pueblo, en erupción desde hace veintisiete años, tal era el sueño. Solidaridad de los Brunswick, de los Nassau, de los Romanoff, de los Hohenzollern, de los Habsburgo, con los Borbones. Waterloo lleva a la grupa el derecho divino. Es cierto que, habiendo sido despótico el Imperio, la realeza, por la reacción natural de las cosas, había de ser forzosamente liberal y que un orden constitucional, aunque forzoso, ha surgido de Waterloo, con gran pesar de los vencedores. Es que la revolución no puede ser verdaderamente vencida, y por ser providencial y absolutamente fatal, vuelve a aparecer siempre, antes de Waterloo, con Bonaparte, que derriba los tronos decrépitos, después de Waterloo, con Luis XVIII, que otorga y sufre a un mismo tiempo la Carta constitucional. Bonaparte pone un postillón en el trono de Nápoles, y un sargento en el trono de Suecia, empleando la desigualdad para mostrar la igualdad; Luis XVIII, en Saint-Ouen, rubrica la declaración de los derechos del hombre. ¿Queremos explicarnos lo que es la revolución? Llamémosla Progreso; y ¿queremos explicarnos lo que es el progreso? Llamémoslo Mañana. Mañana ejecuta su tarea irresistiblemente, y la ejecuta desde hoy. Llega siempre a su fin, de un modo extraordinario. Se vale de Wellington para hacer de Foy un orador, él que no era más que un soldado. Foy cae en Hougomont y se levanta en la tribuna. Así procede el progreso. No hay herramienta mala para este obrero. Ajusta a su trabajo divino, sin desconcertarse, al hombre que ha atravesado los Alpes, y al enfermo y vacilante anciano del tío Elisée. Se sirve del gotoso lo mismo que del conquistador; del conquistador exteriormente, del gotoso interiormente. Waterloo, al cortar radicalmente la demolición de los tronos europeos con la espada, no tiene otro efecto sino continuar por otro lado la obra revolucionaria. Concluyeron los militaristas y les llegó el turno a los pensadores. El siglo que Waterloo quería detener marchó por encima y prosiguió su camino. Esta victoria siniestra ha sido vencida por la libertad.

En suma, e incontestablemente, lo que triunfa en Waterloo, lo que sonreía detrás de Wellington, lo que le proporcionaba todos los bastones de mariscal de Europa, comprendido, según se dice, el bastón de mariscal de Francia, lo que hacía rodar alegremente las carretadas de tierra llenas de osamentas, para elevar el cerro del león, lo que hizo inscribir triunfalmente en el pedestal la fecha del 18 de junio de 1815, lo que anima a Blücher a terminar con la derrota, lo que desde lo alto de la meseta de Mont-Saint-Jean se inclinaba sobre Francia como sobre una presa, era la contrarrevolución. Era la contrarrevolución la que murmuraba la palabra infame: desmembración. Llegada a París, vio el cráter de cerca, sintió que sus cenizas le quemaban los pies, y varió de opinión. Volvió a la tartamudez de una carta constitucional.

No veamos en Waterloo sino lo que hay realmente en Waterloo. De libertad intencional, nada absolutamente. La contrarrevolución era involuntariamente liberal, lo mismo que, por un fenómeno análogo, Napoleón era involuntariamente revolucionario. El 18 de junio de 1815, Robespierre a caballo perdió los estribos.

Los Miserables II: CosetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora