VIII

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POST CORDA LAPIDES


Después de haber esbozado la figura moral del convento, no es inútil describir en breves palabras su configuración material; el lector tiene ya una idea de ella.

El convento del Petit-Picpus-Saint-Antoine ocupaba casi plenamente el vasto trapecio que formaban las intersecciones de las calles Polonceau, Droit-Mur, la pequeña Picpus y el callejón sin salida que en los antiguos planos se llamaba calle Aumarais. Estas cuatro calles rodeaban el trapecio como si fuesen un foso. El convento se componía de varios edificios y un jardín. El edificio principal, tomado completo, era una yuxtaposición de construcciones híbridas que, vistas a vuelo de pájaro, dibujaban con bastante exactitud una escuadra colocada en el suelo. El brazo mayor de esta escuadra ocupaba todo el trozo de la calle Droit-Mur comprendido entre la callejuela Picpus y la calle Polonceau; el brazo pequeño era una fachada alta, gris y severa, con rejas, que daba frente a la callejuela Picpus; la puerta cochera n.º 62 señalaba su extremo. Hacia el medio de esta fachada, el polvo y la ceniza habían blanqueado una puertecita vieja, cintrada, en la que las arañas trabajaban su tela, y que sólo se abría durante unas horas los domingos, en las raras ocasiones en que salía del convento el ataúd de alguna religiosa; era la entrada pública de la iglesia. El codo de la escuadra era una sala cuadrada que servía de alacena, y que las monjas llamaban la despensa. En el brazo mayor, estaban las celdas de las madres y las hermanas, así como del noviciado. En el brazo pequeño, las cocinas, el refectorio rodeado del claustro y la iglesia. Entre la puerta n.º 62 y el extremo del callejón Aumarais, estaba el colegio, que no era visible desde el exterior. El resto del trapecio formaba el jardín que estaba mucho más abajo del nivel de la calle Polonceau; esto hacía que los muros fuesen mucho más elevados desde el interior que desde el exterior. El jardín, ligeramente convexo, tenía en el centro, encima de un pequeño promontorio, un hermoso abeto agudo y cónico, del cual partían, como de la punta central de un escudo, cuatro grandes avenidas, y dispuestas dos a dos entre las primeras ocho avenidas pequeñas, de tal manera que si el recinto hubiera sido circular, el plano geométrico de las avenidas habría semejado una cruz colocada sobre una rueda. Las avenidas iban todas a terminar en las tapias irregulares del jardín y, por tanto, su longitud era desigual. Estaban bordeadas de groselleros. Al fondo, una avenida de grandes árboles iba de las ruinas del viejo convento, que estaba en el ángulo de la calle Droit-Mur, hasta la casa del convento pequeño, que estaba en el ángulo de la callejuela Aumarais. Delante del convento pequeño, se encontraba lo que se llamaba el jardincillo. Añádase a esto un patio, infinidad de ángulos desiguales que formaban los cuerpos de las habitaciones interiores, paredes de prisión y por toda perspectiva y vecindad la negra y extensa línea de los tejados que corría al otro lado de la calle Polonceau, y se podrá tener una idea exacta de lo que era hace cuarenta años el convento de bernardinas-benedictinas del Petit-Picpus. Esta santa casa había sido edificada precisamente en el emplazamiento que ocupaba un juego de pelota célebre desde el siglo XIV al XVI, y llamado el juego de los once mil diablos.

Todas aquellas calles eran de las más antiguas de París. Estos nombres, Droit-Mur y Aumarais, son muy viejos; las calles que los llevan son más viejas aún. La callejuela Aumarais se llamó antes Maugout; la calle Droit-Mur, Églantiers, pues Dios abría las flores antes de que el hombre labrase las piedras.

Los Miserables II: CosetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora