IV

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 EL CONVENTO BAJO EL PUNTO DEVISTA DE LOS PRINCIPIOS


Unos cuantos hombres se reúnen y viven en común. ¿En virtud de qué derecho? En virtud del derecho de asociación.

Se encierran. ¿En virtud de qué derecho? En virtud del derecho que tiene todo hombre para abrir o cerrar su puerta.

No salen nunca. ¿En virtud de qué derecho? En virtud del derecho que tiene el hombre para ir y venir libremente, lo que implica el derecho de quedarse en su casa.

Y en su casa, ¿qué hacen?

Hablan bajo; bajan los ojos; trabajan. Renuncian al mundo, a las ciudades, a las sensualidades, a los placeres, a las vanidades, a los orgullos, a los intereses. Van vestidos con tosco paño o tosca tela. Ninguno de ellos posee nada en propiedad. Al entrar allí, el que era rico se hace pobre. Lo que tiene, lo da a todos. El que era lo que se llama noble, gentilhombre y señor, es el igual del que era campesino. La celda es idéntica para todos. Todos sufren la misma tonsura, duermen sobre la misma paja, mueren sobre la misma ceniza. El mismo saco a la espalda, la misma cuerda alrededor de la cintura. Si determinan ir descalzos, todos van descalzos. Entre ellos, podrá haber un príncipe, pero este príncipe será una sombra como los otros. Allí no hay títulos. Los nombres de familia han desaparecido. No llevan más que nombres de bautismo. Han disuelto la familia carnal y constituido en su comunidad la familia espiritual. No tienen otros parientes que todos los hombres. Socorren a los pobres, cuidan a los enfermos. Eligen aquellos a quienes obedecen. Se dicen unos a otros: hermano mío.

Aquí me interrumpiréis, diciendo: «¡Pero ése es el convento ideal!».

Basta con que sea el convento posible para que sea el que debo considerar.

Ésta es la causa de que en el libro anterior haya hablado de un convento con respeto. Prescindiendo pues de la Edad Media, de Asia, de la cuestión histórica y política que nos hemos reservado tratar, considerando esta cuestión desde el punto de vista estrictamente filosófico, fuera de esta esfera de la polémica militante, y con la condición de que la vida monástica sea absolutamente voluntaria y no encierre más que consentimientos, consideraré siempre la comunidad del claustro con una cierta gravedad atenta, con deferencia en algunos puntos. Donde hay comunidad, hay asociación; donde hay asociación, hay derecho. El monasterio es el producto de la fórmula: igualdad, fraternidad. ¡Oh! ¡Qué grande es la libertad! ¡Qué espléndidas transfiguraciones realiza! La libertad basta para convertir el monasterio en república.

Continuemos.

Pero estos hombres o estas mujeres que viven encerrados entre cuatro paredes, que se visten de tosco buriel, que son iguales, que se llaman hermanos, ¿hacen algo más?

Sí.

¿Qué?

Contemplan la sombra, se ponen de rodillas y juntan las manos.

¿Qué significa esto?

Los Miserables II: CosetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora