FIN DEL PETIT-PICPUS
Desde el principio de la Restauración, el convento del Petit-Picpus estaba agonizando, como parte de la muerte general de la orden, la cual, a partir del siglo XVIII, fue desapareciendo como todas las demás. La contemplación es, lo mismo que la oración, una necesidad humana; pero se transformará como todo lo que ha tocado la Revolución, y se convertirá de hostil al progreso, en favorable.
La casa del Petit-Picpus se despoblaba rápidamente. En 1840, el pequeño convento había desaparecido, el pensionado también. Ya no quedaban ni viejas ni jóvenes; las primeras habían muerto, y las otras se habían marchado. Volaverunt.
La regla de la Adoración Perpetua es de una rigidez tal que aterra; las vocaciones retroceden, la orden no encuentra novicias. En 1845, había aún esparcidas algunas religiosas conversas; de coro, ninguna. Hace más de cuarenta años, las religiosas eran cerca de cien, hace veinte años no eran más que veintiocho. ¿Cuántas son hoy? En 1847, la priora era joven, señal de que el círculo de elección iba restringiéndose. Aún no tenía cuarenta años. A medida que disminuye el número de profesas, aumenta el trabajo, el servicio de cada una se hace más penoso; se esperaba desde entonces el momento en que no serían más que una docena de hombros doloridos y encorvados para llevar todo el peso de la regla de San Benito. La carga es implacable, y es la misma para pocas que para muchas. Su peso aplasta, las monjas mueren. Viviendo el autor de este libro en París, murieron dos. Una tenía veinticinco años, la otra veintitrés. Ésta puede decir, como Julia Alpinula: «Hic jaceo, vixi annos viginti et tres». A causa de esta decadencia, el convento renunció a la educación de las jóvenes.
No hemos podido pasar ante esta casa extraordinaria, desconocida, oscura, sin entrar en ella y sin hacer entrar a los espíritus que nos acompañan y escuchan nuestro relato, para utilidad de algunos, quizá de la melancólica historia de Jean Valjean. Hemos echado una mirada a esta comunidad tan llena de viejas prácticas que parecen tan nuevas hoy. Es el jardín cerrado. Hortus conclusus. Hemos hablado de este lugar singular con detalle, pero con respeto, al menos hasta el punto en que el detalle y el respeto son conciliables. No lo comprendemos todo, pero no insultamos nada. Estamos a igual distancia del hosanna de Joseph de Maistre, que llega hasta la consagración del verdugo, y de la burla de Voltaire, que llega hasta el escarnecimiento del crucifijo.
Falta de lógica de Voltaire, digámoslo de paso; pues Voltaire hubiera defendido a Jesús como defendió a Calas. ¿Qué representa el crucifijo, aun para los mismos que niegan las encarnaciones sobrehumanas? El sabio asesinado.
En el siglo XIX, la idea religiosa ha sufrido una crisis. Se olvidan muchas cosas, y bien hecho está con tal de que al olvidarlas se aprendan otras nuevas. El corazón humano rechaza el vacío. Es bueno hacer algunas demoliciones, pero a condición de que sigan nuevas construcciones.
Mientras tanto, estudiemos las cosas que ya no existen. Es necesario conocerlas, aunque no sea más que para evitarlas. Las falsificaciones de lo pasado toman falsos nombres y se conceden a sí mismas el del porvenir; lo pasado es un viajero que puede falsificar el pasaporte: estemos prevenidos, desconfiemos. El pasado tiene un rostro: la superstición, y una máscara: la hipocresía. Denunciemos el rostro y arranquemos la máscara.
En cuanto a los conventos, es una cuestión compleja. Cuestión de civilización, que los condena; cuestión de libertad, que los protege.
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Los Miserables II: Cosette
Historical FictionEsta segunda parte, se abre con la épica recreación de la batalla de Waterloo. Posteriormente, veremos a Cosette rescatada de las garras de la pareja Thénardier, así como los esfuerzos de Jean Valjean por eludir el acoso del policía Javert, que los...