VI

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 BONDAD ABSOLUTA DE LA ORACIÓN


En cuanto al modo de orar, todos son buenos, si son sinceros. Cerrad el libro que leéis y penetrad en el infinito.

Sabemos que hay una filosofía que niega el infinito; pero también hay una filosofía, clasificada patológicamente, que niega el sol. Esta filosofía se llama ceguera.

Erigir un sentido del que carecemos en fuente de verdad es ciertamente un desparpajo de ciego.

Lo curioso es el aire altivo, de superioridad y de compasión, que adopta frente a la filosofía que ve a Dios esta filosofía que marcha a tientas. Creemos oír a un topo gritando: ¡Me dan lástima con su sol!

Sabemos que hay ilustres y poderosos ateos. Éstos, en el fondo, encaminados a la verdad por su mismo poder, no tienen seguridad de ser ateos; la cuestión viene a ser casi de nombre, y en todo caso, si no creen en Dios, prueban que existe siendo hombres de talento.

Nosotros saludamos en ellos al filósofo, pero consideramos inexorablemente su filosofía.

Continuemos.

No es menos admirable la facilidad con que muchos se satisfacen con palabras. Una escuela metafísica del norte, un poco impregnada de bruma, ha creído hacer una revolución en el entendimiento humano reemplazando la palabra Fuerza por la palabra Voluntad.

Decir «la planta quiere» en lugar de «la planta crece» sería una frase fecunda, en efecto, si se añadiese: «el Universo quiere». ¿Por qué? De ahí se deduce: la planta quiere, así pues posee un yo; el Universo quiere, así pues posee un Dios.

En cuanto a nosotros, que en contraposición a esta escuela no negamos nada a priori, creemos que admitir en la planta una voluntad es mucho más difícil que admitir una voluntad en el Universo.

Negar la voluntad del infinito, es decir, negar a Dios, es cosa que sólo puede hacerse negando el infinito; y este infinito existe, lo hemos demostrado.

La negación del infinito nos lleva directamente al nihilismo, y entonces todo se convierte en un puro «concepto del espíritu».

Con el nihilismo no hay discusión posible; porque si el nihilista es lógico, niega que su interlocutor exista; y tampoco está seguro de su propia existencia.

Aplicando su doctrina, es posible que no sea para sí mismo más que «un puro concepto del espíritu».

Pero no cae en que todo lo que niega lo admite en conjunto con sólo pronunciar la palabra «espíritu».

En suma, todavía no ha abierto ninguna senda al espíritu una filosofía que resume todas las cuestiones en el monosílabo «No».

A este monosílabo, no hay más que una respuesta posible: «Sí».

El nihilismo no tiene trascendencia alguna.

Y la nada no existe; el cero no existe. Todo es algo; porque la nada es nada.

El hombre vive de afirmación más que de pan.

Ver y enseñar no basta. La filosofía debe ser un poder vivo, y debe tener como meta y como efecto la mejora del hombre. Sócrates debe entrar en Adán y producir a Marco Aurelio; en otros términos, es preciso convertir al hombre de la felicidad en el hombre de la sabiduría; transformar el Edén en Liceo. La ciencia debe ser un cordial. ¡Sólo gozar! ¡Qué finalidad tan triste! ¡Qué ambición tan pequeña! Los brutos gozan. Pero ¡pensar! Ése es el verdadero triunfo del espíritu. La misión de la filosofía real es poner el pensamiento al alcance de la sed de los hombres; darles a todos como elixir la noción de Dios; unir fraternalmente en ellos la conciencia y la ciencia, y hacerlo es justo por medio de esta unión misteriosa. La moral es un ramillete de verdades, y la contemplación nos lleva a la acción. Lo absoluto debe ser práctico, lo ideal debe ser respirable, potable, asequible al espíritu humano. Sólo lo ideal puede decir: «Tomad, ésta es mi carne; tomad, ésta es mi sangre». La sabiduría es una comunión sagrada. Sólo bajo esta condición deja de ser un amor estéril de la ciencia para convertirse en el modo único y soberano de la unión humana, y pasar de ser filosofía a ser religión.

La filosofía no debe ser un edificio construido sobre el misterio para mirarlo fácilmente, sin más resultado que el de ser cómodo de la curiosidad.

Aunque dejemos para otra ocasión el desarrollo de nuestro pensamiento, diremos aquí que no comprendemos ni al hombre como punto de partida, ni al progreso como fin, sin estas dos fuerzas que son los dos motores: creer y amar.

El progreso es el fin; el ideal es el modelo.

¿Qué es lo ideal? Es Dios.

Ideal, absoluto, perfección, infinito; palabras idénticas.

Los Miserables II: CosetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora