XI

38 4 1
                                    

 REAPARECE EL NÚMERO 9430 Y COSETTE LO GANA A LA LOTERÍA


Jean Valjean no había muerto.

Al caer al mar, o mejor dicho, al arrojarse a él, estaba, como se ha visto, sin cadena ni grilletes. Nadó entre dos aguas hasta que llegó a un navío anclado, al cual estaba amarrada una embarcación. Encontró medios de esconderse en esta embarcación hasta la noche. Entonces, se echó otra vez al agua y alcanzó la costa a poca distancia del cabo Brun. Allí, como no era dinero lo que le faltaba, pudo procurarse vestidos. Una modistilla de los alrededores de Balaguier era entonces la encargada de proporcionar el vestuario a los forzados evadidos, especialidad lucrativa. Luego, Jean Valjean, como todos los tristes fugitivos que tratan de despistar la vigilancia de la ley y la fatalidad social, siguió un itinerario oscuro y ondulante. Encontró un primer asilo en Pradeaux, cerca de Beausset. Luego se dirigió hacia Grand-Villard, cerca de Briançon, en los Altos Alpes. Huida oscura y llena de zozobra, camino de topos, y cuyos ramales son desconocidos. Más tarde ha sido posible encontrar huellas de su paso en el Ain, en el territorio de Civrieux, en los Pirineos, en Accons, en el lugar llamado Granja de Doumecq, cerca de la aldea de Chavailles, y en los alrededores de Périgueux, en Brunies, cantón de la Chapelle-Gonaguet. Llegó a París. Acabamos de verle en Montfermeil.

Su primer cuidado al llegar a París había sido comprar los vestidos de luto para una niña de siete a ocho años, y luego procurarse un alojamiento. Una vez hecho esto, se había dirigido a Montfermeil.

Se recordará que ya en su precedente evasión había hecho por allí o por las inmediaciones un viaje misterioso del cual la justicia tuvo algún indicio.

Por lo demás, se le creía muerto, y aquello espesaba aún más la oscuridad que se había hecho sobre él. En París, llegó a su poder uno de los periódicos en los que se consignaba el hecho, con lo cual se sintió más tranquilo, y casi en paz, como si hubiese muerto realmente.

La noche misma del día en que sacó a Cosette de las garras de los Thénardier, regresó a París, donde llegó a la caída de la noche con la niña, por la barrera de Monceaux. Allí subió a un coche de alquiler que le condujo a la explanada del Observatoire. Descendió, pagó al cochero, tomó a Cosette de la mano y los dos, en medio de la oscuridad de la noche, por las desiertas calles inmediatas a Lourcine y la Glacière, se dirigieron hacia el bulevar del Hospital.

El día había sido extraño y lleno de emociones para Cosette; habían comido tras los matorrales pan y queso comprados en las tabernas aisladas, habían cambiado a menudo de coche y hecho a pie algunos trechos de camino; ella no se quejaba, pero estaba fatigada, y Jean Valjean se dio cuenta, porque la mano de la pobre niña tiraba de él al andar. La tomó en sus brazos; Cosette, sin soltar a Catherine, apoyó la cabeza en el hombro de Jean Valjean y se durmió.

Los Miserables II: CosetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora