Regresión

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Tomoyo maldijo en voz baja y se dijo que muy probablemente, el hechicero iba a asegurarse de meterla de nuevo en su alcoba. 

—Gracias —susurró—. Solo... quería... es decir... deseaba tomar un poco de aire. Puedo volver sola. 

—Bueno... yo no estoy haciendo nada importante ahora, por lo que puedo acompañarla. 

Ella puso mala cara, pero al final no le quedó de otra más que asentir. Se pusieron en marcha y poco después él preguntó:

—¿Se ha sentido débil físicamente desde que volvió al mundo humano? 

—¿Débil? ¿Lo dice por lo de la cena? —susurró ella y él asintió—. No... la verdad es que me he sentido muy bien, pero me ha... causado una gran impresión regresar a... casa —dijo con trabajo. 

—Entiendo. Es por aquí —susurró y señaló el pasillo de la izquierda. Tomoyo frunció el ceño porque recordaba haber ido por el de la derecha. Se dijo que era obvio que el emisario estaba más familiarizado con la distribución y continuó a su lado—. Entonces, ¿deseaba aire fresco para quitarse esa impresión? 

—Bueno... yo... supongo que sí —mintió la muchacha sin saber qué más decir. 

El emisario volvió a menear la cabeza en afirmación y se acomodó las gafas que le resbalaban por el puente de la nariz. 

—Conocí... a un niño una vez. 

El tema salió de la nada y ella alzó una ceja en señal de incomprensión, sentimiento que se volvió más fuerte en cuanto llegaron a una escalera. Tomoyo no recordaba esa escalera en definitiva. 

—¿Un niño? 

—Un niño salvaje —dijo el hombre con una tierna sonrisa—. Lo habían abandonado y vivía en un establo con... animales. 

La muchacha se detuvo repentinamente. Hablaba de él. Parpadeó en exceso como si su mente necesitase de esa ayuda para acomodar la información. El hombre continuó:

—Era duro y no... no sabía nada de la vida. Se había forjado viendo a los animales y había aprendido las conductas de estos. Siempre me pareció que —comentó mientras la ayuda a atravesar por una puerta y siguieron por un pasillo enjuto de piedra que estaba prácticamente oscuro. Tomoyo tuvo miedo por un segundo, pero sus instintos la obligaron a continuar—, había construido una coraza. Algo que le impedía relacionarse con otros y dejarse conocer. Nunca... lo vi sonreír ni una sola vez durante el tiempo que lo cuidé... incluso después de eso... nunca lo vi sonreír con el corazón y los ojos; solo con los labios. Por aquí —señaló y ambos atravesaron por una habitación llena de cacharros de metal y objetos de cocina. 

—¿Qué pasó con el? —se interesó la muchacha cuando él la sujetó de la mano y la obligó a avanzar hacia la izquierda. Llegaron a una puerta de madera pequeña y el frío traspasó por la unión de las vigas. 

—Él sonrió de verdad, por primera vez... —dijo el hombre cuando abrió la puerta y Tomoyo se encontró con el afuera. Una densa neblina y árboles a lo lejos—, cuando le conoció a usted. 

La joven tragó pesado y se relamió los labios antes de mirar hacia el hombre, que le sonrió con tranquilidad. 

—Si sigue derecho unos trescientos metros, encontrará una pequeña cabaña. Quizá... quizá ahí pueda respirar aire fresco, princesa. Solo... asegúrese de volver antes de que amanezca.

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Justo como Fujitaka había dicho, la cabaña estaba a una distancia considerable, pero el paseo bajo el cielo oscuro le vino bien. La hizo sentir más relajada porque tuvo tiempo de pensar. No tenía idea de por qué había confiado en aquel hombre, pero lo había hecho y no se arrepentía. Estaba segura de que Touya estaba allí. 

La forjadora de bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora