Daga dorada

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Estuvo todo el tiempo pendiente de lo que él hacía. No dio importancia a las habladurías o cosas desagradables que se decían tras su espalda. Hablaban mal de ella y del modo en el que se había posicionado como hija del rey sin tener sangre real; sin embargo, ella solo podía mirar los ojos miel frente a los suyos. Deseó que el tiempo se alargase, pero sabía que no existía posibilidad de ello, sensación que se acrecentó en cuanto miró uno de los relojes de pared que marcaba la media noche. Habían pasado más de cuarenta minutos en la pista sin dejar de moverse de un lado a otro, mientras él sonreía cada vez que ella le pisaba los pies o chocaba contra su cuerpo por realizar un movimiento en falso. Shaoran notó el momento en el que el gesto de ella cambió de uno relajado a uno nervioso. Temió que dijese las palabras que llegaron mucho más rápido de lo que hubiese deseado.

—Ya es hora —susurró la muchacha con una ligera impaciencia.

La melodía terminó segundos después y las parejas se separaron, menos ellos dos. La miró fijamente y pasó sus ojos por todo el semblante femenino, se alejó con lentitud y luego señaló hacia la puerta para hacerle saber que la seguiría. 

Varias parejas salían al vestíbulo o a la terraza con intención de alejarse del calor sofocante que llenaba la sala, por lo que nadie se sorprendió de verlos ir hacia la puerta que daba al vestíbulo para alejarse de la enorme multitud.

Él le ofreció su mano y ella lo guió hacia un pasillo alejado de las pocas parejas que estaban platicando, riendo y bebiendo con más desenfreno de lo habitual. Shaoran no recordaba haber asistido nunca a una reunión más desprovista de modales y formas convencionales de comportamiento. La gente se había dejado consumir por el alcohol y cada minuto que pasaba, parecía más y más común ver a hombres acechando mujeres en las sombras o jovencitas con el peinado descompuesto y la ropa mal puesta luego de regresar del vestíbulo o la terraza.

—Reed parece tener un concepto muy diferente acerca de las reuniones sociales; seguramente esta es la razón por la que mi padre nunca asistía. 

—¿No es común este tipo de comportamiento entre nobles? 

—No si el rey es el anfitrión. Hay reuniones que se hacen con la intención de que los invitados puedan... es decir... 

—Entiendo —dijo ella con un tono divertido—. ¿Ibas a ese tipo de reuniones? 

Shaoran se aclaró la garganta e introdujo un dedo entre su cuello y el de la camisa de su traje. 

—¿A dónde vamos? —preguntó con semblante interesado mientras ella apretaba ligeramente su brazo entrelazado con el suyo.

—Al invernadero. Es mi lugar favorito de todo el castillo. Shaoran... —él hizo un sonido gutural que le dio pie a proseguir—, le dije a Tomoyo que iría a verla después de media noche a su alcoba. Tendrás que ir por ella. 

Asintió, escueto, como si no tuviese ninguna intención de decir más. 

Luego de algunos minutos salieron al enorme jardín y Sakura se percató de que hacía muchísimo frío; la temperatura había descendido considerablemente. Abrió la puerta del invernadero al llegar a ella y se introdujo primero. Sujetó la mano masculina que parecía guardar un poco de calor y avanzó hasta el centro del lugar. Se giró y le sonrió antes de apretar su mano y soltarla. Shaoran tuvo la intención de retenerla, pero ella fue más rápida. Él se alejó dos pasos y apoyó la espalda baja contra una de las planchas metálicas que estaba llena de maceteros y plantas que parecían estar pasando por un proceso de hibridación. 

Ninguno de los dos dijo nada, como si ambos supieran que el hecho de iniciar una conversación los llevaría de inmediato a terminarla... directo a una despedida.

La forjadora de bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora