Reencuentro

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N/A: Hola a todos, gracias por esperar estos últimos capítulos. He estado un poco desanimada y no había podido meterme a la compu por lo mismo. Ando con la cabeza echa un lío, pero mi compromiso con ustedes me mantiene fuerte. Gracias por seguir aquí. 


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Fujitaka perdió suelo y se dejó caer al notar que las fuerzas lo abandonaban, tomando a Touya desprevenido, quien solo alcanzó a evitar que se golpeara con extrema fuerza contra el piso. La jaula escudo que retenía a Nadeshiko se disolvió y ella corrió hacia allí, pasando a un lado del cadaver de Reed. Se hincó y los miró con gravedad.

—Está muy débil.

El emisario tenía un gesto pacífico... casi como si por fin pudiese darse el lujo de huir de todo y de todos; de todo lo que había hecho y de los pecados que había cometido. Si bien no era una mala persona, sabía que había cometido una cantidad grande de errores que habían afectado a otros a su paso... la muerte era lo único que podría pagar sus deudas de honor. Sintió unos golpes fuertes en la mejilla derecha y abrió los ojos confundido.

—No te atrevas a morir, viejo —ordenó Touya con tono enfadado, pero con los ojos llenos de lágrimas—. Tú eres mi familia.

Fujitaka lo miró con una sonrisa cansada, con la mano buena rodeó la de él con las pocas fuerzas que le quedaban.

—Te equivocas, Touya —susurró con calma y tono rasposo—. Todos en esta habitación lo son.

Shaoran, cerca del cuerpo del hombre, sintió un enorme desasosiego. No era justo. Sakura había estado lejos de sus padres y los había buscado por tanto tiempo... no podía perderlos de ese modo.

—Pero... parece que, contrario a lo que creí... no moriré hoy. Déjenme descansar unos minutos.

Los otros tres se miraron sorprendidos y luego soltaron risas de alivio. La risa se cortó de los labios de Shaoran cuando recordó a Yuuko.

Miró rápido con dirección a la puerta, se incorporó y corrió por entre los escombros de piedra y madera para ir hacia ella. Al llegar, su rostro palideció. Yuuko estaba lívida. Tenía una madera clavada en el costado que le sangraba y producía un charco lento pero constante debajo de su cuerpo sobre polvo y piedra. Abrió los ojos al escuchar sus pasos y le regaló una corta sonrisa.

—Alteza —susurró cuando él se hincó a su lado con expresión preocupada.

—¿Hay algo que pueda hacer? —preguntó sabiendo la respuesta de antemano. El pecho le dolía y sentía que le pesaba cada respiración.

—Solo hay una cosa que puedes hacer —dijo la mujer y cerró los ojos como si mantenerlos abiertos representase un esfuerzo inmenso—. Prométeme que la harás feliz.

Le ardieron los ojos cuando notó que las lágrimas se le agolpaban. Asintió y reiteró con la voz.

—Por supuesto.

—Ella... —dijo y se detuvo cuando un espasmo doloroso la atravesó. Un poco de sangre resbaló de su boca—, no debe saber nunca que fue la causante de mi muerte. Prométeme que no se lo dirás.

Él apretó solo un poco la mano de la mujer y asintió con lentitud.

—Dile... —continuó mientras su respiración se hacía más y más lenta. Shaoran se inclinó para escuchar la voz que se había transformado en un susurro—, que siempre... siempre...

Shaoran la miró atento y presenció el instante en el que dio su última inhalación y sus labios dejaron de moverse. Las lágrimas le resbalaron por el rostro y se dijo que sabía a la perfección lo que la mujer había querido decir. Los pasos de alguien tras sí le alertaron de una presencia. Viró el rostro y se encontró con Nadeshiko quien con expresión triste la observó fijamente.

La forjadora de bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora