Dolor

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Touya se llevó ambas manos al cabello mojado, varios mechones rebeldes le perturbaban la vista y tuvo que alejarlos en cuanto la molestia lo acechó. La joven que estaba acostada su lado, respiraba pacíficamente y no parecía querer reaccionar.

Estaba sediento y se sentía terriblemente incómodo con la ropa mojada, así que se incorporó, resopló con fuerza y, con un movimiento rápido y fácil, sujetó a la chica, la alzó y la cargó en su hombro como si fuese un costal. La chica, aún en peso muerto, no pesaba más que una pluma. Repentinamente se sintió vulnerable. Silbó, maldijo en voz baja y apresuró el paso con dirección a su caballo que venía a galope hacia él.

Un mareo la atacó. Abrió los ojos más rápido de lo que habría querido, ocasionándose náuseas. En cuanto logró enfocar, advirtió que su cuerpo colgaba del de otra persona y lo único que pudo recordar fue al tipo que la había cargado para llevársela lejos antes de que el agua los alcanzara. Chilló con fuerza y comenzó a golpear la espalda fuerte con los puños. Touya se detuvo en el instante en el que ella comenzó a retorcerse sorpresivamente; intentó bajarla, pero ella, en un movimiento, le golpeó el brazo herido con su pierna.

El dolor lo hizo soltarla, pero para evitarle caer en el suelo, Touya la sujetó por la cintura; sin embargo, la arena húmeda la hizo perder el equilibrio mientras aún forcejeaba contra él y Tomoyo cayó al suelo, seguida del joven, que rápidamente colocó las rodillas en el suelo con un aullido de dolor cuando la herida de la pierna le ardió como el infierno y afirmó las manos a los costados del cuerpo de la chica para evitar caer sobre ella y aplastarla. 

—¡No me toque!, ¡aléjese! 

Tomoyo tenía mechones mojados de cabello pegados a la cara, le cubrían el rostro parcialmente y supo que ella no se había dado cuenta de que se trataba de él. Siguió golpeándolo en el pecho.

—Basta —le dijo en tanto que intentaba quitarse del camino de sus puños lanzados a diestra y siniestra, pero como ella seguía con los quejidos y los gritos ahogados, no reparó en el tono de su voz hasta que, con molestia, Touya se colocó a horcajadas sobre ella, le sujetó ambas manos y las colocó a los lados de su cabeza contra la arena—. ¡Te dije que basta! Soy yo, maldita sea.

La joven pudo reconocerlo entonces y, asustada, dejó de moverse. Con la respiración acelerada, se relamió los labios e intentó mover la cabeza para ver si los mechones mojados se retiraban de su rostro, cosa que fue en vano. Touya bufó con molestia, le soltó una mano y llevó la suya al rostro de la muchacha; se detuvo a solo unos milímetros de distancia de su cara y, al final, luego de unos segundos de duda, tocó el cabello de ella y lo alejó de su rostro con lentitud. 

Ella abrió los ojos y lo miró fijamente.

—Solo soy... yo —dijo Touya de nuevo, con tono calmo. 

La respiración acelerada de ella comenzó a relajarse y el calor que su cuerpo había provocado con tanto ajetreo la abandonó poco a poco hasta hacerla consciente de la ropa fría y mojada contra la piel. 

—Lo... lo siento. No te reconocí —explicó con la voz entrecortada—, pensé que...

—Sé lo que pensaste —interrumpió para ahorrarle las disculpas. 

—¿Qué fue lo que sucedió? —preguntó en tono tan bajo que a él le pareció que era como si no quisiese saberlo.

—Casi te mueres ahogada. Sakura te salvó —dijo y omitió la parte en la que él casi se había ahogado también para intentar sacarla del agua.

Lo único que le faltaba era que esa mujer se sintiese agradecida con él, porque entonces comenzaría a comportarse de manera agradable y eso era lo que menos deseaba. 

La forjadora de bestiasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora