capítulo treinta y tres.

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Akira.

Mientras oía el sonido de las olas chocando entre sí, las caricias del morocho en mi pelo acompañaban el pacífico momento, haciéndome entrar en una relajación extrema donde sentía no necesitar nada más. Realmente me sentía completa, con él me sentía completa.

—¿Colgaste, amor? —preguntó el protagonista de todas las sensaciones hermosas que sentía en aquél momento con sus caricias y, sacudiendo un poco mi cabeza para caer a tierra, volví a centrar mi vista en él desde un ángulo bastante incómodo para comunicarnos, pero él en cualquiera se veía hermoso.

—Perdón, ¿me hablaste? —pregunté con mi ceño fruncido un tanto perdida, él río levemente y repitió;

—Que Daniel tiró la azucarera y cayó un poco en la arena, van a empezar a venir las hormigas y te van a picar. —avisó señalando con su dedo índice la escena del accidente; efectivamente, había una pequeña montaña de azúcar literalmente a centímetros de mi cuerpo, como para joderme la vida y cagarme el lindo momento.

Yo resoplé cansada y me levanté de la arena con algo de pesadez. Aunque el resto estaban sentados en la manta, yo preferí recostarme encima de la arena calentita, ya que a la hora que habíamos llegado el sol picaba lo ideal como para tirarse a tomar un poco de vitamina D.

Sin protector solar porque mi objetivo era volver a casa bronceada. Si no quedo con esos bronceados que te dejan la piel doradita cual monedita de 50 centavos voy a sentir que nuestra vacaciones fueron un desperdicio. Aunque con precaución, ya que tampoco quería quedar como un carbón para asado.

—Vení conmigo. —pidió tironeando de mi mano para que me sentara sobre su regazo en cuanto me levante de la arena para cambiarme de lugar. Él estaba dentro de la manta y como si fuese un muro protector, las hormigas ni siquiera se subían. En 5 segundos, ya habían entre 20 y 30 atacando los granos de azúcar que el castaño había tirado a mi lado.

Menos mal que me levanté.

Sin pensarlo dos veces, me senté sobre el regazo de mi novio quien llevaba sus piernas cruzadas como indiecito y en cuanto lo hice, me colgué a su cuello cual koala mientras recostaba mi cabeza sobre su pecho.

Al instante, sentí sus manos corriendo parte de mi pelo que estorbaba en mi rostro, y luego su dedo índice comenzó a dejar suaves caricias tanto en mi brazo como en mi espalda al descubierto, con suavidad.

—¿Andás con sueñito? —preguntó dejando algunos besos sobre el espacio de mi cuello, con tanta ternura que ladeé mi cabeza hacia un costado para darle más lugar y que continúe.

—Dormimos como diez horas pero el sueño ya es parte de mí. —contesté por lo bajo, ya que estaba muy cerquita de su oído y ni siquiera era necesario alzar mi voz. Además, no quería cortar con el clima tan calmo que habíamos formado.

Las vibraciones de su pecho hicieron temblar un poco mi cuerpo, y sentí un cosquilleo en mi panza en cuanto su risita entró por uno de mis oídos como la más bonita melodía.

—Bueno pero no te duermas ahora, que te quiero disfrutar a vos antes de que vengan los otros hincha huevos y me traten de pollera. —pidió logrando que despegue de su cuerpo simplemente para reírme en su cara, llevándome su mejor cara de ofensa mientras me miraba indignadísimo.

—¿Tanto miedo tenés a que te descansen por ser un trolazo conmigo? —pregunté arqueando una ceja y él rió tímidamente. Me lo quiero morfar a besos.

—Tengo que mantener mi imagen rude, ¿entendés? el Trueno ahora está decepcionado de mi por andar bobo con una morochita. —justificó bromista y yo eché una risa, mientras él bajaba sus manos hacia mi culo para apretarlo con ternura.

destino; trueno.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora