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Zarca, un pueblo rodeado de árboles, en donde no pasa nada interesante, y lo único que llamaban la atención del pueblo, eran las fiestas que se realizan cada año, o eso pensé hasta que algo más empezó a suceder.

Baje las escaleras para ir a la cocina y prepararme un café, eran las seis y media de la mañana, nunca me había gustado levantarme temprano, pero lo tenía que hacer para ir a la preparatoria, mientras tomaba mi bebida caliente veía las noticias, ya que a esa hora era muy difícil encontrar algo entretenido que ver.

—Buen día —saludó mi madre al entrar a la cocina.

—Hola —respondí al momento de darle un sorbo a mi taza.

Mi madre agarró una taza y se sirvió café, era un ritual que hacíamos todos los días, antes de ir a la preparatoria. Al terminar con nuestras bebidas, cada quien tomo sus cosas y nos subimos al auto de mi madre, ella conducía hasta la preparatoria, en todo el camino solo escuchamos la radio, una de las ventajas de que mi madre trabajaba en la misma escuela en la que yo estudiaba, era que no me tenía que preocupar en el trasporte.

Al llegar, bajamos del auto, como mi salón se encontraba cerca de su oficina, por lo tanto, caminábamos juntos, al estar a su lado notaba que algunos alumnos la saludan, mientras que a mí ni me miran, ella era la psicóloga de la preparatoria de Zarca, por ende, era común que los estudiantes iban con ella cuando algo les sucedía algo, además que impartía algunas materias.

—Si llegas a salir antes que yo, me avisas si decides irte —dijo mi madre al momento de despedirse.

—Bien —le contesté, ella se acercó para darme un abrazo, pero me alejé antes de que lo hiciera, soltó un suspiro antes de hablar.

—Entiendo, no quieres que vean que tu madre te dé un abrazo.

—Gracias por entenderlo —dije al sonreírle, ella volvió a soltar un suspiro de frustración.

Doy media vuelta a la derecha y caminé por los pasillos de la preparatoria hasta llegar a mi salón de clases, me senté en la butaca de siempre, la cual se encontraba cerca de la ventana, donde se podía ver como el sol sale del horizonte, haciendo que algunas nubes se pinten de rojo.

—Buen día Sebas —saludó Danna al sentarse en la butaca que se encontraba enfrente de mí.

—Hola Danna —contesté con una sonrisa.

Era mi única compañera que me hablaba, y creo que, si no fuera porque los maestros se pusieran de acuerdo en acomodarnos por orden de lista, creo que ella tampoco me dirigiría una sola palabra.

—¿Has hablado con Tony? —Me preguntó la chica un poco preocupada.

—No, desde el fin de semana que no sé nada de él —contesté, saqué el celular del bolsillo de mi suéter y veo que el último mensaje que le había mandado el sábado por la noche—. Ni siquiera le han llegado.

—Lo sé.

—¿Sucedió algo mientras no estaba?

—No exactamente.

La maestra entró al salón, haciendo que guardáramos silencio, mientras que algunos tomaran asiento. La puerta se cerró, volteé a ver la butaca vacía que se encontraba a mí derecha, en donde siempre se siéntala, Tony. También él era uno de los pocos compañeros que me hablaba del salón, tal vez se debía a que había sido mi amigo desde antes de entrar a la prepa.

Tal vez solo se encontraba enfermo, pensé.

Saqué mi cuaderno y el libro de historia de la mochila. Al pasar tan solo quince minutos alguien golpeó la puerta, la profesora caminó para abrirla.

DesaparecidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora