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El tic-tac del reloj sonaba en la sala de espera, vi la televisión que estaba enfrente de mí, donde se estaba reproduciendo un aburrido programa, el volumen estaba en lo más bajo, haciendo imposible saber lo que estaban diciendo los conductores, a mi derecha se encontraba una mujer como de cuarenta años, era la secretaria del consultorio. Mi madre estaba a la izquierda, la cual, se encontraba hojeando una revista que a mi parecer ya tenía bastante tiempo de haberse publicado.

Noté que había cambiado un poco desde de la última vez que fui, las paredes seguían siendo blancas, pero sospechaba que por lo menos lo habían vuelto a pintar, además de algunos adornos nuevos.

Volteé a ver la hora en el reloj que se encontraba en la pared de enfrente, eran las cinco con veinticinco minutos, mi cita era a las cinco y media, eso hizo ponerme más ansioso, hace mucho que no había ido a ese lugar, lo que me hizo sentir extraño. La puerta del consultorio se abrió, de ella salió una mujer quien llevaba un pañuelo desechable en la mano, se acercó a la recepcionista y le dijo algunas cosas, después de eso ella se marchó.

—Sebastián, puedes pasar —dijo la mujer después de cinco minutos.

Volteé a ver a mi madre de reojo y ella sonrío de lado, me puse de pie y caminé hasta el consultorio, abrí la puerta y vi una ventana al lado derecho estaba una mesa con dos sillas, enfrente se encontraba un hombre sentado, aproximadamente tenía cincuenta años de edad.

—Hola, pasa y cierra la puerta —dijo Emmanuel, el psicólogo—, toma asiento —me senté en una de las sillas que se encontraba enfrente de él, lo mire mientras anotaba algunas cosas en unas hojas—. Hace mucho tiempo que no te veía, ¿Cómo has estado?

—Bien —contesté, él me volteó a ver con una sonrisa, no había cambiado en nada, bueno, ya se le notaban algunas pequeñas arrugas y una que otra cana.

—Okay, tu mamá me comentó algunas cosas que te han pasado al iniciar el año y que es posible que te estén afectando, ¿quieres hablar sobre ello? —Preguntó, me fue inevitable no mover el pie por los nervios, no sabía qué le contó mi madre al psicólogo.

—¿Qué fue lo que le dijo?

—Sobre que te enteraste de la relación que tiene tu mamá con...

—Ella tiene el derecho de iniciar una relación —lo interrumpí—, no es algo que me moleste o que esté en contra.

—¿Aceptas su relación? —Preguntó, lo miré a los ojos y asentí con la cabeza—. También me comentó sobre la muerte de uno de tus amigos, a ella le preocupa que no has pasado por la etapa del duelo, es como si lo estás evitando.

No había notado eso, la primera semana que pasó de su muerte estuve triste, no tanto como para llegar a una depresión, pero después del ritual que hice en el espejo, en donde me comuniqué con Tony, supe que él se encontraba vivo.

—Sé que él está muerto, pero no es como si tuviera que vivir el resto de mi vida deprimido —dije, era más que lógico que no le iba a decir que sospechaba que él estaba vivo. Al comentarle eso sería capaz de meterme a un centro psiquiátrico.

—¿Estás seguro de ello? —Volví asentir—. Sebastián no hay nada de malo, llorar, o sentirse triste algunas veces, mientras que no llegue a afectarte en tu vida cotidiana.

—Tal vez no lo demuestro, pero me siento solo después de que él se fue —dije, aquello era verdad, desde que Tony desapareció, había estado solo.

—¿A qué te refieres con eso?, ¿es sobre el incidente que ocurrió cuando iniciaron las clases? —Bajé la mirada al escritorio y asentí—. ¿Quieres hablar de ello?

Solté un suspiro antes de hablar.


Tres días después de que iniciaron las clases, pasó algo en el salón que cambió todo, o por lo menos para mí. Al entrar al salón después del receso, al crucé la puerta junto con Tony y algunos compañeros, con los que pasaba tiempo, vimos a la maestra Rocío, quien era nuestra tutora de grupo y a Viviana, la jefa de grupo, además de mi compañera, era notorio que ella había estado llorando.

DesaparecidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora