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Las luces azules y rojas se reflejaban en los troncos de los árboles, la noche ya había caído sobre nosotros, escasas estrella se veían brillando en lo más alto, ajenas a todo lo que estaba sucediendo debajo de ellas, el viento soplaba, en este punto no sabía si estaba temblando de frío, miedo o de ansiedad, habían dos patrullas y varios policías que caminaban de un lado a otro.

Después de darnos cuenta que iba hacer difícil seguir buscando a Clarissa, Alberto llamó a emergencia, mientras que yo le tuve que llamarle a mi madre para darle la noticia, los policías llegaron antes que ellos, y como lo esperaba mi madre se enojó conmigo.

—¿A qué hora fue la última vez que la vio? —Me preguntó un policía, el cual me estaba interrogando.

—Como a las seis o siete, no sé ya se lo dije —contesté desesperado, era la tercera vez que me hacía la misma pregunta.

—Una última pregunta, ¿Qué hacían en el bosque con una niña pequeña?

—Solo salimos a caminar, ¿tiene otra pregunta qué hacer?

—No, eso es todo —dijo el oficial antes de cerrar su cuaderno e irse.

A lo lejos vi como mi madre se acercaba a mí con los brazos cruzados, se notaba su enojo en el rostro, desvío la mirada de ella cuando llegó conmigo.

—¿Cómo puede ser esto posible Sebastián? —Preguntó mi madre al ponerse enfrente de mí—, ¡¿Qué chingados estabas haciendo aquí con Clarissa?!

—Solo vinimos a caminar —contesté sin levantar la mirada, sentí como un nudo se me formaba en la garganta—, lo siento, no pensé que esto pasaría.

—Sebastián, te pedí solo un favor, si no querías hacerlo me lo hubieras dicho y nos hubiéramos evitado todo esto —dijo mi madre, sentía su mirada todavía estaba sobre mí, pero no me atreví a levantarla—. Si le pasa algo a Clarissa, será tu culpa.

Ella se alejó de mí, al alzar la mirada vi como ella se acercaba a Omar, quién estaba hablando con un oficial. Las palabras que mi madre dijo hicieron que me sintiera la peor persona, pero tenía razón, todo lo que estaba pasando era por mi culpa, en primer lugar, no tuve que llevar a Clarissa al bosque, y más con todo lo que estaba sucediendo.

Volteé a ver a mi derecha vi a Alberto y Danna, cuando ellos sintieron mi mirada me voltearon a ver y caminaron hasta donde me encontraban.

—¿Estás bien? —Preguntó Danna al estar cerca de mí.

—No —contesté.

Sentí como las lágrimas salían de mis ojos hasta llegar al mentón, Danna me dio un abrazo, puse mi cabeza en medio de su cuello y empecé a soltar sollozos, parece que a ella no le importa que la mojara con mis lágrimas.

—Todo estará bien —dijo ella mientras que pasaba una y otra vez su mano por mi espalda.

—¿Y si no es así? —Pregunté al separarme de ella.

—Pensemos positivamente —dijo ella intentando darme una sonrisa, pero no puede.

Escuché pasos detrás de mí, volteé a ver sobre mi hombro y vi a Omar caminar hacia nosotros. Sentí una presión en el pecho, no sabía si él se estaba enojado conmigo, si era así, no me hubiera sorprendido, tenía todo el derecho de estarlo, su hija estaba perdida en algún lugar del bosque.

—Sebastián, quiero saber qué es lo que estaban haciendo aquí —dijo el hombre al ponerse enfrente de mí, tenía las manos cruzadas, era notorio que está más preocupado que enojado.

En este momento no sabía qué contestar, no se me venía alguna mentira, estaba tentado en contarle toda la verdad, sobre el diario, las misteriosas pistas que alguien me había estado dejado, y que era probable que las desapariciones eran por un demonio, aunque en ese punto no sabía si me creyera.

DesaparecidosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora